De ladridos y huelgas de hambre






Siempre quise tener un perro. Lo pedía constantemente y lo seguí haciendo hasta que el Estado opresor que eran mis padres para un sevidor en aquella época accediera a dialogar con terroristas emocionales como yo. Como buen negociador que debí ser, intenté ponerlo muy fácil. Ni una peseta de por medio, adoptaríamos uno. Añadí al trato el firme compromiso de pasear al perro todos los días, tanto por la mañana como por la noche –a mediodía era imposible– siempre que me dejaran salir solo, algo a lo que respondían "dentro de un año o dos" desde hace cuatro. Entregué, además, un exhaustivo dossier sobre las razas, los comportamientos, sus tamaños máximos, el tipo de alimentación de cada una y un anexo con una guía básica de adiestramiento canino que me había dado un primo mayor. Me lo curré pero la negativa fue tajante. 

Decidí perseverar.


Empecé a extorsionar al Estado Mayor. Entregaba el mismo documento, que también incluía una contrato con mis obligaciones y una firma, dos veces al año desde los 10 y siempre montaba una escenita, para llamar la atención. Primero el 24 de diciembre, para que a los Reyes Magos les diera tiempo a todo, y después, unos días antes de mi cumpleaños, más o menos por el mismo motivo. Estaba bien asesorado por mi niñera aunque seguro que estaba coordinada con mis padres. 

Al ver que mis esfuerzos eran inútiles decidí complementar la extorsión postal con el chantaje. Decidí declararme en huelga de hambre indefinida hasta que el gobierno absolutista resolviera a mi favor este largo conflicto que podía contarse por años y durante el que nunca depuse las armas, estuve varios años en DEFCON2 permanentemente.

–Niño, tienes que comértelo todo.
–No hasta que me dejéis tener un perro.
–Niñoooo –dijo mi padre en tono grave y constante., conteniéndose.
–No voy a comer. Oblígame –dije desafiante. 
–Pues no comas –dice cortante mi madre– Ya comerá cariño, no te preocupes. Ya verás como sí come –dice tocándole el brazo a mi padre pero mirándome a mí.

Salí rápido de la habitación en dirección a mi cuarto para tirarme sobre la cama en señal de protesta para lograr una respuesta inmediata o quedarme dormido, ambas me valían. Cuando despertaba de la siesta iba directo a la cocina en busca de algo que llevarme a la boca. Tenía una obsesión con la leche. Evidentemente, siempre me pillaban. Ya fuera por el brick vacío dentro de la nevera –sí, era gilipollas– o por la leche que impregnaba mi camiseta –lo dicho, gilipollas–. Con todo, siempre les decía que los líquidos no contaban, que si no comía nada sólido también moriría y volvía de nuevo a mi cama enfadado y triste, y vuelta a empezar.

Aún no tengo ni puta idea de que pasó con aquellos documentos llenos de ilusiones. Como es lógico, siempre acababa comiendo pero durante unas horas tenía la sensación de que avanzaba en dirección a mis intereses. Sí recuerdo el día que dejé de elaborarlos. Fue un 30 de diciembre y mi padre me dijo: "vamos a la tienda de mascotas a ver qué hay".

No cabía en mi ilusión.

Era como una hipster camino del festival de Coachella.



Nos gustaba una perrita. Era un Cocker Spaniel con un pelo azulado realmente sorprendente. El lazo ya se habia forjado y nada ni nadie podría haberlo roto. Tras un breve proceso de deliberación pues mi decisión estaba tomada, salimos de allí con ella y ya no nos separamos.

Se suponía que la canina adquisición motivaría mis ganas de estudio, mi responsabilidad para con los deberes diarios que traía del colegio y mejoraría mi actitud en casa, más concretamente con mis padres pero no fue así. Mi nueva hermana centró absolutamente toda mi atención durante las semanas siguientes, sólo teniendo ojos y oídos para ella con la consecuente indiferencia hacia mis padres y, más aún, hacia los deberes.

Fue increíble ver cómo crecía, cómo se hacía fuerte, cómo me recibía al llegar a casa, cómo se dormía a mis pies mientras veía una película o cómo me despertaba a lametazos. Lo recuerdo perfectamente. Aquellos paseos que podían durar horas, los partidos de fútbol, la bici, las peleas con otros perros...

Un mal día, empezó a volverse loca. Ladraba sin parar, se cagada y meaba por todos lados, lo mordía todo y a todos –menos a mí–, se chocaba con las paredes, se comía cualquier cosa y vomitaba, y encima tenía la regla. Investigando un poco sobre el tema, resultó que los Cocker Spaniel tienden a la locura y la que escogimos se llevaba la palma.

Duró unos cuantos meses. El tiempo hasta que el Estado opresor no pudo más y la condenó a la deportación a tierras salvajes donde, supuestamente y según el mentiroso Estado, correr tras los gatos y los conejos. Propaganda fascista pensé yo. Nunca he sabido la verdad.

Dejé de hablar a mis padres durante mucho tiempo. Me jodió. 

Estaba loca, sin duda alguna, pero la quería. Y ella a mí también. 

Me quedé con grandes recuerdos y el convencimiento de que algún día tendría otro perro al que querría y cuidaría tanto o más que a ella, por ella.


Por Gordo

2 comentarios:

  1. "Entregaba el mismo documento, que también incluía una contrato con mis obligaciones y una firma, dos veces al año desde los 10 y siempre montaba una escenita, para llamar la atención" ¡cóOOOO-mo! ¡no me puede gustar más! yo no hubiera tenido capacidad de resistirme a tus encantos, y a falta de 1 ¡te hubiera comprado 2!

    "Estaba loca, sin duda alguna, pero la quería. Y ella a mí también" = <3 ( vale lo admito; soy una peliculera, pero ¡me ha encantado!)

    Me sigue gustando leerte aunque por falta de tiempo/ o desastre de agenda se me acumulen las entradas :(

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    1. Al final cedieron aunque aguantaron poco. He investigado sobre aquél documento y es lo más parecido a la Lista NOC pues no hay ni rastro de él...

      ¿Qué más da que pase un día, una semana o un mes? Yo, si vuelves, feliz. Y si encima sigues sin resistirte a comentar...

      ;)

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