By Nuwanda
Estoy enloqueciendo. He perdido la cabeza, está en todas partes, como la Navidad, aunque es mucho más bonita que Bill Nighy. Trabajo con dos pantallas y no puedo sacarla de ninguna de las dos. Está también en el móvil, en el iPad y hasta en el Whatsapp ¡Joder! Ha entrado en mi vida de la misma forma que lo hizo en aquel bar, aquella primera vez: sin avisar.
Y es que no entiende de preliminares, no sabe lo que es mostrarse poco a poco, hasta puede decirse que acojona. Es arrolladora, es como es, y así es perfecta. Perfecta para mí, obviamente, porque soy de los que piensa aquello que decían Guns and Roses en "November Rain": "Así que si quieres amarme, entonces cariño no te contengas", y ella no sabe lo que es eso. Es de todo o nada, de "si te gusto bien y sino no mires", de morir en el intento o a su lado.
Nos habíamos visto antes y ya entonces llamó mi atención, exactamente igual que al 90% de los heterosexuales y buena parte de los que no lo son. Mi locura llegó días después, cuando pudimos hablar personalmente, cara a cara, a sonrisa descubierta. No solo era sexy y con estilo, era además crítica, lista, libre, con carácter y un gran sentido del humor. No pude decir más que "buenas noches" antes de caer rendido a sus pies, antes de quedar... ¡agilipollado!
Quiero pensar que mis amigos me quieren bien o simplemente predicen mis posibilidades a través de mi nefasto historial reciente pero me auguran un fracaso absoluto, dicen que "lo mires como lo mires, no tienes ninguna alternativa". Es deprimente hablar con ellos y lo peor de todo es que, hoy en día, no tengo nada con lo que rebatirles. Y además puede que tengan razón, claro que sí, pero yo ya no tengo otra opción.
Y no sé hasta dónde puede llegar mi locura, no recuerdo cuáles eran mis límites cuando tenía 16, 18 ó 20 años pero batiría todos mis récords si ella me dejara dedicárselos aunque de momento me bastaría con no formar parte de esa triste lista de "tíos con los que jamás tendría nada porque son unos guarros que no limpian el baño" –razón aquí. Quemaré mis naves para no retroceder, aleia iacta est que diría Julio César.
Ha entrado y, aunque aún no se ha quitado el abrigo, ya no quiero que se vaya. Solo necesito un poco de ayuda –absténganse los amigos del cloroformo, no me queda– o, en su defecto, suerte.
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