Vecinitas: Nuestra futura primera vez

By Nuwanda

Hace unos días tuve la gracia o la desgracia de escuchar unas copas de mi nueva vecina de abajo. Ni siquiera la he visto, para mí es solo una voz, eso sí, no una voz cualquiera, una bien bonita. Tiene pinta de universitaria por las cosas que dice cuando grita y logro entender algo. Suave, grave, alegre....

El caso es que mi balcón permite ver la mitad de su terraza y, por tanto, tarde o temprano nos cruzaremos, está claro, lo cual no deja preocuparme pues no es lo mismo un martes a mediodía que un sábado por la mañana. Carezco de cualquier pudor a la hora de asomarme al exterior y es muy posible que el primer encuentro sea también el último, al menos voluntariamente.


Si cualquier tarde del fin de semana se asomara a su balcón bien podría encontrarme echando un piti en el mío, de pie, apoyado en el muro, pensando en gilipolleces pero, eso sí, muy profundamente. A veces estoy tan abstraído que bien podría tirarle ceniza o la misma colilla a la cara sin darme ni cuenta y dilapidar, en cualquier caso, todas mis opciones.

Aunque cada vez menos, algunas mañanas tengo resacas y lo paso mal, claro que sí, y muy mal también, como todos. Desde siempre he dormido muy poco cuando me he acostado borracho lo que, en combinación con el alcohol en sangre residual, hace de mi estampa vespertina algo similar a una de las pinturas negras de Goya. Y puede ser peor aún, por supuesto, puedo salir a mi balcón en bata, calzones y calcetines, una escena del todo desaconsejable, no apta para menores de 18 años, embarazadas, personas con problemas cardíacos y, en general, cualquiera que esté comiendo o bebiendo algo.

Pero eso no es lo peor, claro que no. Nunca subestimen a un soltero que vive solo, la realidad siempre superará a su ficción.

Hay una situación, una muy concreta, que puede resultar especialmente violenta –y verme por la mañana en bata, calzones y calcetines ya lo es bastante. De hecho, yo preferiría que sucedieran todas las opciones anteriores antes que pasar por semejante vergüenza. Es algo tan sencillo como engañoso. No se lo deseo a ningún soltero, de verdad. Se trata de colgar la colada.

Todos hemos tenido la típica conversación con una novia sobre unos calzoncillos. "No puedo entender que lleves ese tipo de calzoncillos" suelen decir en referencia tanto a los boxer como a los más tradicionales. Además, por mucho que intentemos explicar que para nosotros no son importantes, que no vamos a pagar 15 euros por unos calzones verde botella, entran en bucle. Bien, pues si aún no es novia el efecto es mucho más radical. Viene siendo algo así: "jamás me voy a tirar un tío con semejantes calzoncillos".

Por tanto, en coherencia con lo expuesto, solo pido que no coincidamos por primera vez mientras, casualmente, ¡mira tú!, cuelgo mis calzoncillos rojo-chillón con dibujos de sapos verdes de Señor Frogg, uno de los garitos más conocidos de Cancún. No es que me los ponga a menudo, solo cuando el resto se acaban, lo que sucede recurrentemente pues apuro hasta el último calzón para poner una lavadora.

"¡Hombre! –pueden decir quienes más me quieren– ¿y si te pilla con una chica?" Bendito problema ese. Y la verdad, ni los que me quieren me lo plantean.

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