Tenemos que hablar...






Llevo un tiempo queriendo escribir sobre Whatsapp. Creo que es un fenómeno social imparable que ha cambiado significativamente nuestra forma de comunicarnos. Sus beneficios son evidentes. Es inmediato, es gratis y es global, entre otros. Sin embargo, no me arriesgo si digo que también está causando daños en la comunicación presencial, trastornos obsesivos y una evidente degradación del lenguaje escrito, entre otros. También acuso al programita de haber matado al clásico "¿qué tal?"

Vaya por delante que soy un defensor del Whatsapp. Sus beneficios son innegables pero muchas personas se han vuelto locas. Además de instantánea, la comunicación por chat parece haber cogido también el cariz de permanente, de 24 horas non-stop, como si la gente ni durmiera, ni trabajara, ni cagara –uno de mis lugares favoritos para usar el chat–. La confianza no cotiza en máximos en estos tiempos salvo para escribir un lunes a las 3 de la mañana y la hora de la última conexión se ha convertido en una información imprescindible para muchas personas. Puedo entenderlo en el caso de un padre o una madre pero todo lo demás es obsesión. La gente parece esperar que dicho dato les diga algo más que eso, algo más que una hora.

Y el virus se extiende.

He leído sobre el tema y la mayoría de los artículos consultados se centran en el daño que genera la obsesión con el doble check y la hora de última conexión como forma de control sobre otras personas y estoy de acuerdo [Guía sobre el doble check y la hora de la última conexión]. También destacan los efectos que el programa puede tener en el comportamiento de las personas más allá de la obsesión comentada. No sorprendo a nadie si digo que puede derivar en un trastorno.

Javier Marías, un personaje que no me cae muy bien, dice en un artículo de El País:
Los que no llevamos aparatos por la calle debemos caminar con ocho ojos, no ya con cuatro. Antes no era infrecuente reprocharle a alguien que chocaba con nosotros: “Mire usted por dónde anda, hombre”. Ahora sería improcedente y absurdo, porque no se espera que mire nadie. Demasiadas personas van absortas en sus móviles y jamás elevan la vista. Les traen sin cuidado los edificios, los parques, la inagotable fauna de las ciudades, lo que sucede a su alrededor. Aún más si pisan o embisten a un transeúnte, así sea un anciano con bastón y paso frágil o una mujer embarazada o con tres criaturas. Debo confesar que tanto me irritan estos zombies electrónicos, sin curiosidad por nada físico, que sólo deseo –momentáneamente, luego retiro mi pensamiento excesivo– que se estrelle contra ellos un autobús mientras se emboban en sus imbecilizantes pantallas. 

Yo no mataría a nadie pero reconozco que el chat ha generado importantes faltas de educación que yo he cometido durante demasiado tiempo y de las que me estoy quitando. Creo que el extracto es la visión de un no-usuario de estas tecnologías enfadado con todos los que sí las usamos pero no le falta algo de razón pese a que le sobre exageración.

Todos conocemos a alguien que padece alguno o todos los síntomas de este trastorno.

Miran el móvil cada dos minutos, sin esperar a que suene o se ilumine, no se dan cuenta del tiempo que consumen escribiendo sin descanso ni se dan cuenta de si les estás hablando a ellos, llevan cargadores de móvil en el bolso o el abrigo y no tienen conciencia de la falta de educación que supone su comportamiento en situaciones como el trabajo, la comida o durante una película. No quiero engañaros, tampoco es que no se deba tocar el móvil pero creo que en dichas situaciones debe ser excepción y no norma. He sido así pero uno aprende y aunque las cosas avanzan lentas, todo mejora.

Mención especial merecen los relaciones públicas de las discotecas madrileñas. Y no, no me refiero a esos amables amigos que hacen lo posible porque estés cómodo en su local. Me refiero a esos otros que llevan el nombre de la discoteca a la que representan en el nombre de usuario que utilizan en el chat, esos que cada jueves, viernes y sábado y algún que otro domingo te sorprenden mientras cenas en un elegante restaurante con mensajes, y sus respectivas alertas en la pantalla del móvil, del tipo: "Noche de camisetas mojadas", "Hoy tenemos a DJ Loco en cabina" o "Esta noche, noche de perreo" y dos minutos más tarde escriben: "Si estás interesado en comprar botella y acceder a nuestra zona VIP temática llámame antes de las 00:00".

Las consecuencias de estos extremos son nefastas para todos. En un artículo, he leído lo siguiente:

La obsesión por recibir mensajes en WhatsApp puede hacer que sientas vibraciones de tu ‘smartphone’ que no existen. Esta es una de las conclusiones a las que llega un estudio publicado por la Sociedad Británica de Psicología. Estas ‘vibraciones fantasma’ vienen acompañadas de mucho estrés, que es más intenso cuantas más veces mires el móvil para ver si te ha llegado algún mensaje.

Y claro, recomienda apagar el móvil durante las horas de trabajo o situaciones similares. ¿A quién no le ha pasado alguna vez? Todos hemos creído sentir una vibración que ha resultado no existir pero si te pasa cada 10 minutos, entonces querido amigo, tienes un problema serio.

En otro orden de cosas, la aceptación y penetración de la comunicación por chat en una sociedad que ya desde antes de su aparición tenía problemas para expresarse correctamente por escrito, lejos de minimizar nuestros errores, ha amplificado nuestras carencias, empezando por las mías.

Otros efectos secundarios bien podrían ser los dolores de cuello, tics nerviosos en los dedos que utilizamos para escribir o gravísimas faltas de ortografía en correos electrónicos de carácter laboral.

Por si todo esto no fuera suficiente, los estimados diseñadores de la aplicación tuvieron a bien incorporar la opción de crear grupos de usuarios que enviaran mensajes simultáneamente en favor, eso siempre, de una mejor comunicación entre las personas. Son embajadas del infierno en la tierra en las que no existe ni censura ni moral, un saco en el que cabe todo menos el tiempo libre y laborable de los miembros del mismo. Si hay demasiada gente, directamente desisto. Creo que es imposible la comunicación escrita con tantas personas a la vez. Si el grupo tiene pocos miembros puede resultar útil si se utiliza con cabeza, es decir, para organizar planes, comentar noches o contar algún chiste. Evidentemente los diseñadores no sabían lo que hacían, no sabían que creaban la mayor degradación de la dignidad humana, las Sodoma y Gomorra de la nube.

No sabían lo que le hacían a mi móvil...

En todo grupo existe al menos un tipo de usuario que lo estropea todo. Hablo del generoso, del buen samaritano del humor y el buen rollo, del predicador del porno 3.0. El generoso que comparte todos los vídeos y fotos guarros que se cruzan en su camino. Además, una de sus características más habituales es la incitación a la competición entre todos los miembros del grupo lo que empeora mucho las cosas. Así, en mi teléfono pueden encontrarse imágenes de tías espectaculares desnudas, vestidas, solas y en grupo, imágenes de bebés poniendo muecas muy divertidas con subtítulos del tipo "He visto un chocho" o "Yo ya me hago pajillas", vídeos de lo último en tecnología sexual femenina, todo tipo de episodios zoófilos, golpes de todo tipo y algún que otro streaptease. Como en la Biblioteca Nacional o la exposición de un artista de vanguardia...





Este tipo de transtornos, como lo es la adicción a Twitter, Facebook o cualquier red social, creo que tienen mucho que ver con el ansia por lo inmediato, algo extensible, e incluso con mayor razón, a la información. Hemos perdido la paciencia y la evolución tecnológica supo pillar el mensaje en su momento y durante los últimos años se ha centrado en poder ofrecer inmediatez. La obsesión por la consulta de la hora de última conexión, si está activa o no en el chat de Facebook o cuándo ha publicado su último tuit es su máximo exponente en las sociedades desarrolladas. A pesar de ser una información absolutamente sesgada que podemos consultar de forma inmediata y que sobrevaloramos sin piedad ni control para emitir juicios nulos sobre el comportamiento de otras personas, la hora de última conexión no es más que eso, una hora.

En mi opinión, las ventajas de la comunicación instantánea siempre van a estar por encima de sus inconvenientes y por tanto no existe manera de eliminar el problema. Debemos enfrentarnos a él. Algunos expertos hablan de "domesticar la tecnología" y no me parece un término desacertado.

El problema es que el chat ha pasado a ser la principal forma de comunicación entre las personas que anteriormente se comunicaban telefónica y/o presencialmente. Su coste nulo, su libertad geográfica y la facilidad de uso han puesto las cosas fáciles. Hemos convertido al Whatsapp en el principal canal de la comunicación interpersonal en vez de utilizarlo como complemento.

En conclusión, Whastapp sí pero en dosis razonables y con fines útiles.





En este blog hablo mucho de relaciones y Whatsapp es reconocido por su capacidad de destrozar parejas, amistades y todo tipo de uniones por lo que no puedo resistirme a comentar el tema. La pregunta que me hago es: ¿es el Whatsapp amigo o enemigo de la pareja? Y, haciendo una segunda derivada, ¿y del sexo?

Todos los autores consultados coinciden en que el uso del Whatsapp es beneficioso durante la fase de cortejo pues ofrece intimidad y facilita la comunicación, ambas cosas esenciales. Estoy de acuerdo con ellos. Un buen usuario puede sacar muchos réditos del Whastapp aunque, igualmente, puede perderlos. De hecho, creo que en la actualidad el uso que hacemos de la aplicación es una variable importante, consciente o inconscientemente, a la hora de dar una oportunidad o no a una persona. Es como saber cómo dormimos, cómo nos comportamos en la mesa o qué tal caemos entre sus amigos. Información clave para una relación a largo plazo. Plantéate que te equivocas en esto...

Respecto a esas primeras fases, la verdad, para que engañarnos, es que da morbo encontrarte "En línea" a la chica que te gusta a las cuatro de la mañana. Puede que escribas o puede que no pero las cosas que se pasan por tu cabeza en ese momento son excitantes, un aderezzo perfecto para una noche cualquiera. El chat es clave mientras conoces a la otra persona. Permite ser divertido, sorprender con un chiste o una foto o lo que sea, utilizar los emoticonos de los cojones o echar un piropo a las 6 de la mañana, un clásico en mi caso.

Personalmente, no hay mejor forma de ganarme que escribirme a en las primeras horas de un nuevo día.

Por tanto, me atrevo a decir, el Whastapp es amigo del sexo.

Vale, damos por válida su utilidad durante esas primeras semanas de tonteo y risas, incluso de los primero meses. Es divertido y aunque nos excedamos en su uso en estas fases, también puede hacerse con cabeza. De hecho, he podido comprobar que es mejor escribir de menos que de más. Ya sabéis eso que decía Sheakspeare "Eres esclavo de tus palabras y dueño de tus silencios" y si es por escrito y queda registrado, ¡imagínate!

En los comienzos, estaremos atontados y fuera de control por lo que, si ella merece la pena, estaremos pegados al teléfono queramos o no pero cuidado con demostrar algo que no puedes mantener en el tiempo, lo que me lleva directo a las relaciones...

¿Qué sucede en una relación?



El beneficio o perjuicio del programa para una relación depende del uso que le den los protagonistas y en mi opinión este comportamiento no debería ser muy distinto. Una persona acostumbrada a escribir mucho por el chat tiene menos paciencia a la hora de esperar la respuesta, menor tolerancia a las respuestas breves y un alto riesgo de convertirse en un pesado. Por el contrario, aquellas personas que utilizan poco el chat, las hay y muchas, tienden a entender peor el lenguaje chat –especialmente si no están acostumbrados a las acotaciones o los emoticonos–, identificar mal el tono del mensaje, no responder por descuido y tienen una elevada probabilidad de generar una discusión por pasotismo. Os invito a identificar los grises de la escala que hay entre ambos extremos, a pensar en qué lugar consideráis estar y a situar a las personas de vuestro alrededor en su lugar.

Creo que siempre que ambas partes coincidan en el uso que hacen de la aplicación no deberían existir problemas al respecto. Otra cosa es si el uso que hacen es bueno o malo pero no seré yo quien juzgue eso. En mi caso, he desarrollado una aversión al Whatsapp que tiempo atrás era impensable. Cada vez lo uso en menores dosis y si les digo la verdad, estoy muy satisfecho con los resultados. Además favorezco otras formas de comunicación como el correo electrónico, Facebook, Twitter y Linkedin, además de las llamadas telefónicas.



En una relación, el incremento de la confianza es inversamente proporcional al de la pasión y puede suceder que un día, casi sin darnos cuenta, estemos inmersos en una situación que meses atrás considerábamos totalmente incompatible con nosotros y que dentro de seis desearemos no haber comenzado jamás. Es esa situación en la que aquella chica que creías divertida y atenta resulta ser una pesada-maníaca-controladora y siempre que miramos el móvil hay un mensaje suyo, a todas horas, con cualquier excusa. Sabremos que hemos cruzado el límite, incluso aunque no queramos aceptarlo, el día en que sólo nos mande un emoticono, cada 30 minutos.

Por el contrario, también podemos encontrarnos en la situación de que aquella chica que era tan atenta al móvil y sin embargo tan independiente, tan fuerte, tan autónoma, parece desaparecer durante días haciéndonos sentir gilipollas y dejando sin responder cientos de nuestros mensajes que sin embargo sí lee, porque la hora de última conexión no falla nunca y enloquecemos y al final resulta que somos unos celosos-machistas-que-siempre-estamos-pensado-en-sexo. Todos queremos independencia pero también queremos atención. Es una contradicción eterna, por eso lo del pasota no funciona hasta que no deja de serlo, que lo hará.

En ambos casos, te has equivocado machote. Tranquilo, nos pasa a todos. Era Información Clave a la que no prestaste atención. Fallo de calibraje. Ajo y agua.

Dentro del marco de una relación normal y aunque creo que la normalidad es un concepto confuso, hay grandes atentados contra la que podríamos denominar "salud de la relación".

Uno muy extendido, y por ende preocupante, es el del mensaje al-llegar-a-casa. Cada vez que algún amigo –lo digo ahora que estoy soltero ya que todos lo hemos hecho– me dice que tiene que escribir a su novia a las seis y media de la mañana, imagino a un hombre que, tras beberse el mismísimo Manzanares y pelear a muerte contra la cerradura de casa, tiene que buscar una tarjeta en su cartera y sus bolsillos para fichar en una máquina instalada en la pared del recibidor que además de registrar la hora de llegada, despliega una boquilla esterilizada y le pide con una agradable voz femenina que sople de forma constante hasta que se apague la luz para medir su nivel de alcohol y se despide al son de "Nos vemos en el desayuno"



Los emoticonos, más allá de los simples como :) ;) o similar, son complementos prescindibles aunque en términos generales me divierten. La tendencia a su abuso es imparable y aunque creo que aportan tono a los mensajes cuando se usan correctamente, creo que es fácil caer en las redes del mal. Me gusta usarlos pero sin enloquecer. Si hay más emoticonos que caracteres, bloqueado. Tengo buenos amigos que hacen un uso muy divertido de ellos. También los tengo que no.

Otro hábito que toca los cojones es el de los puntos suspensivos. Personalmente también soy fan. Los sujetos como yo tendemos a terminar las frases con puntos suspensivos y podemos hacerlo porque seguimos el mensaje en el siguiente envío o porque dejamos a su entender el final del mismo. Lo jodido es que no decimos en cual de los casos nos encontramos.  Eso sí, los verdaderos terroristas del Whastapp llegan al extremo de utilizarlos para llamar la atención ante la falta de respuesta de su interlocutor, algo así como: "¡a qué coño esperas para responder! ¡Te estoy esperando!" No es mi caso, tranquilas nenas.

Los mensajes de buenos días me resultan muy duros. Me resulta complicado expresar mi felicidad en un mensaje a las 7:30 de la mañana con el tiempo justo de afeitarme, ducharme, cambiarme, desayunar y llegar a la oficina si tengo la suerte de no sufrir un accidente doméstico en alguno de los pasos o un apretón mañanero –¿ya he dicho que soy de usar el chat cagando no?– y todo ello sin pasar por alto que siempre me levanto contento y con energía. Te quiero, de verdad que sí pero dame tregua hasta las 9:00. Mensajes de buenos días sí, esperar respuesta inmediata y cariñosa siempre no.

Entonces, si este tipo de atentados se da con una probabilidad elevada y si las personas tarde o temprano necesitamos nuestra dosis de libertad, de no sentirnos observados ni controlados, ¿cuál es la solución para las parejas? ¿Resultaría sano dejar de usar Whatsapp en un relación?

Si propongo hablar sobre el tema con nuestra novia/rollo/follamiga no me refiero a mantener una conversación sobre el Whatsapp en plan entrevista de trabajo cuando apenas llevamos una semana con ella pero conviene dejar clara nuestra postura al respecto desde el principio. Si Whatsapp no va mucho contigo, no te las des de estoy-siempre-atento-a-ti porque con el tiempo o no podrás, o no querrás estarlo y entonces llegan los problemas.

Dentro de esta búsqueda de soluciones a los problemas derivados de la aplicación, las últimas tendencias de la psique humana han llevado a los usuarios de la misma a ocultar la hora de última conexión. Este fenómeno aún resulta extraño para muchos e incluso molesto para los más puristas pero creo que irá a más. Además de conseguir que nadie sepa cuándo nos hemos conectado por última vez, medida antipesados cojonuda, transmitimos el mensaje implícito de que no miramos mucho el chat y que por ello no se debe esperar una respuesta inmediata por nuestra parte, lo cual, vista la capacidad de reproducción de los adictos, resulta también muy útil. Yo aún no lo he aplicado pero preveo que me apuntaré a esta moda. No quiero que nadie se lleve a engaños si tardo seis horas en responder a algo.




Creo que evitaríamos muchos problemas si hacemos un ejercicio de discriminación de nuestros mensajes, discriminar cómo de importante es lo que queremos decir tanto para nosotros como para nuestro/a interlocutor y mejorar así en la elección del canal para transmitirlo. Whastapp es cojonudo para quedar el viernes a las 20:00 en el cine Conde Duque para ver una película pero, sin embargo, es muy probable que no sea el canal apropiado para terminar una relación, anunciar el fallecimiento de un familiar o pedir matrimonio a nuestra novia. Hay que transmitir los mensajes importantes por canales importantes, para todo lo demás Whatsapp.

Puede que apagar el móvil en aquellas situaciones en las que nunca debería interrumpir nuestra atención sea un medida apropiada para una fase inicial de desintoxicación aunque los móviles pierdan parte de su sentido –el de atender las emergencias pero esa es otra discusión–.

Puede que bloquear a ciertas personas sea una solución en casos extremos como los relaciones públicas, una ninfómanas a las que no dejamos de rechazar o miembros de los Testigos de Jehová. 

Silenciar los chats puede ser una buena medida anti-imprevistos, muy útil en los casos de largas conversaciones entre 16 usuarios, pero no nos libra de quedar como unos maleducados que no responden nunca. 

Puede que ocultar la hora de última conexión sea la solución definitiva a muchos de los problemas que genera el Whatsapp tanto en las parejas como en las amistades pero todavía no lo he probado y por tanto no puedo asegurarlo. Eso sí, tiene buena pinta.

Supongo que la solución válida está en el sentido común, en saber cuándo dejar de escribir y cuándo hay que llamar por teléfono, en saber cuándo y qué responder y hacerlo decentemente, en saber cuándo podemos hacer un chiste y cuándo no o en saber que "es mejor hablar de esto a la cara". Pero claro, esto, como todo lo importante, tampoco es fácil.

Hemos infravalorado la importancia que tiene este tipo de comunicación y sin embargo abusamos de su uso.

Lo dicho, usa Whastapp para divertirte, para lo importante mejor queda a tomar una caña.

#Briconsejo: Recuerda, si tienes la sensación de que mucha gente no te contesta a tus Whastapp, el pesado eres tú. De nada.



Artículos al respecto:

El drama humano del WhatsApp - Esquire

Cómo superar tu adicción a WhatsApp - Lainformacion.com

De cómo el WhatsApp acabará con todas las relaciones sexuales - GQ

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