Lluvia 1 de 3


La estrechez de los paraguas


¿Recuerdas la primera vez que quedamos?...

Como si de una maldición se tratara, la lluvia me recibió a la salida del hotel. Maldición porque no es que lloviera como un precioso día primaveral, no era esa lluvia fina que no moja pero empapa, no era una de esas lluvias que vienen y van, fue más bien de las que llegan y se quedan, de las que empapan hasta los calzoncillos, eran gotas grandes y fuertes, más propias de las lluvias del monzón. No me llevé paraguas, no me llevé calzado apropiado pero sí me llevé todas las ganas de quedar contigo que encontré por casa y pese a todo ello, como no podía ser de otra forma cuando hay una chica como tú de por medio, decidí seguir adelante con todo. Eso sí, antes me cagué en toda la familia de los dioses de la meteorología, utilicé imágenes de los hombres y mujeres del tiempo como diana y hasta criminalicé al imbécil que decidió que debía viajar ese fin de semana sin haber mirado antes las previsiones. Por cagar que no quede. Al agua patos.

Tras la cena, fuimos de bar en bar buscando aderezzo etilíco a nuestra aguada velada y un poco de calor y sequedad para nuestros arrugados pies. A mí esa noche no me paraba ni Casill.... Diego López, perdón. Tú parecías bastante entera, seguramente por las apropiadísimas botas de agua que calzabas, el ligero y eficiente chubasquero que llevabas y el ahuevado paraguas que tú sí habías traído pero que portaba yo. Como debe ser señores, como debe ser. Y yo... yo... yo estaba jodido, pero muy jodido.

Desde que estuvimos en aquel bar con pinta de cafetería de la Alemania de posguerra, sobre las doce y algo, yo ya tenía un palo metido por el culo, un palo empapado por supuesto. La humedad de los calcetines mojados y la brisa suave, constante y omnipresente hicieron de mis pies el típico colega que te deja tirado cuando más lo necesitas. Las calles estaban llenas de enormes charcos y: o nos separábamos, o lo pisabas tú o lo pisaba yo. Acabé con los tobillos como patatas pasadas, con los zapatos como piscinas portátiles y con los pantalones como los de un hobbit que acaba de pisar una enorme mierda de vaca. Tal era la situación que si me di cuenta de que mis pies seguían ahí pese a su escisión traidora de mi sistema nervioso fue porque aún me mantenía en pie.

La pena pasó a los 30 minutos, daba asco.

Cuando ya no fueron los pies las extremidades que se arrugaban y encogían, la lluvia nos dio una tregua y, aunque breve, fue bien aprovechada. Aquella escalera, aquella mirada, tu forma de reír y aquella forma de cogerme al pasear sin el puto paraguas hicieron que todo importara un poco menos y que por donde antes pasaba el aire ya no hubiera luz. Colmado de expectativas, empachado de provocaciones y excitado como nunca, me sentí enormemente desdichado cuando la primera gota impactó sobre mi oreja. Fue como las flechas que tiraban los arqueros al comienzo de cada batalla para medir la distancia, esas flechas que precedían a miles de almas con ganas de sangre, en este caso la mía, la nuestra.

Abrí el paraguas. Y debíamos estar muy a tiro porque El Diluvio apenas tardó unos segundos en llegar, justo cuando volviste a cogerme y lo hiciste con fuerza, como si fueras a caerte o incluso como si tuvieras miedo, fue algo extraño pero agradable. Tanto, que ya no pisamos un bar en lo que quedaba de noche. Seguimos andando despacio y sin rumbo, con cuidado de estar bien dentro para no mojarnos los hombros aunque con los pantalones chorreando, vacilando y tonteando, demasiado cerca para no ser romántico pero poco apropiado –dadas las putas circunstancias ambientales– para ser una provocación sexual. ¿Para qué parar?

Y dejé de preocuparme por todo aquello que no fuera el siguiente paso.

Era cuestión de vida o muerte.

Y vaya si lo hice bien...

No sé si fue la pulmonía o una mala caída, el alcohol haciendo efecto, el vaho de nuestras palabras o la estrechez de los paraguas pero ya no vi otra cosa que no fueras tú hasta lo que parecía aquel paraguas transparente y que resultó ser el cristal de un tren, el tren de vuelta que me llevaba a casa pero seguía lloviendo...


Otros:
Leer parte II - A la mierda los sentimientos
Leer parte III - Hoy también llueve


No hay comentarios:

Publicar un comentario