No soy ningún pijo y no puedo decir que tengo que un estilista pero sí tengo un peluquero favorito. Además tengo uno muy curioso aunque hablaré sobre él en otro momento ya que hoy, y he aquí el dilema, no estaba. Hoy no estaba cuando he llegado y por tan sólo 15 minutos me ha tenido que cortar el pelo la típica cuasianciana que según la ves te das cuenta de que por llevar 40 años cortando el pelo se cree el mismísimo Llongueras y te va a cortar tan rápido, y se la suda tanto como te quede, que no vas decir ni "muu", por si acaso.
Con pulseras de todo tipo y condición, casi como si de un manojo de campanillas se tratara, agarra la maquinilla antes de preguntarme nada. No es que no la vaya a necesitar, es que me gusta tener algo de poder sobre mi corte de pelo, más aún con los precios que hay pagar hoy en día.
–Como lo quieres? –me pregunta con la tranquilidad de cuatro décadas de experiencia, como si la satisfacción del cliente fuera el mero hecho de dejarse cortar el pelo por ella.
–Como lo llevo, pero más corto. –y matizo– Corto por los lados y por detrás y más largo por arriba. Suelo llevar raya por motivos de trabajo. –antes de acabar ya tenía el 3 puesto en la maquinilla.
–Te paso un tres, te parece? Y luego te voy rebajando con la tijera –ya casi empezando...
–Insisto: es como lo tengo pero más corto.
Los sudores fríos comenzaron con la primera pasada. Tuve la sensación de que casi llegó a la mismísima coronilla. Me puse blanco a partir de la tercera, cuando pude confirmar que me estaba haciendo la raya muy alta. Paró un momento para pasarme el secador y aproveché para decirle:
–Me gustaría que me entresacaras mucho pelo, crece muy rápido. –el ruido del secador hacía imposible la comunicación pero lo intenté de nuevo– Decía, que quiero que entresaques mucho pelo.
–Si claro, como tú quieras –me dice en tono condescendiente– pero si entresacas mucho, el pelo que cortas te sale con más fuerza y te da mucho volumen, pero como tú quieras bonito –me suelta medio gritando y agitando la mano en la que tenía el peine hasta provocar ese choque de pulseras que ya estaba empezando a tocarme los cojones.
Mi silencio le confirmó lo que tenía que hacer pero, como os podéis imaginar, la cosa no termina ahí pues, según avanza en la masacre, me doy cuenta de que utiliza la cresta como patrón de corte. Pensé si de verdad parecía el tipo de hombre que lleva crestita. Me deprimí. Intenté decirle que me peinaba con raya varias veces y sólo al final se dio cuenta de que su trabajo había sido un fracaso absoluto, que su obra sólo era comparable con el Ecce Homo. Al ver que se había equivocado se puso a venderme sus servicios.
–Tú tranquilo que vas a estar guapísimo. –aquí fue donde empezó la taquicardia. Seguía gritando aunque sin secador– ¡Será por la de hombres a los que les he cortado el pelo!. Tengo a un chiquito joven que trabaja en un banco y que lleva años cortándose el pelo conmigo, además él es muy maniático y no se le puede mover ni un pelo. ¡No te digo más que cuando le dije que me jubilaba me dijo que tendría que ir a mi casa para que le cortara el pelo! y claro le dije que sí, porque yo soy así, me gusta cortar el pelo. –mi expresión era totalmente pálida, los ojos desorbitados, me temblaban las manos y la boca parecía una zapatilla de esparto.
–Me peino con raya –se me ocurre decir.
–A ti normalmente quién te corta? –me pregunta, de nuevo, con tono condescendiente.
–El chico. ¡Ése chico! –le digo en el mismo tono que Robinson Crusoe al ver un barco de salvamento.
–Ah! Sí! Es que él entra más tarde –es decir: ¡te jodes!
Entonces me peinó por primera vez con raya en los 10 minutos escasos que llevaba cortando y se dedicó a arreglar el tema como buenamente pudo. Las pulseras no dejaban de sonar, el dolor de cabeza era ya tremendo, tenía los huevos hinchados con pelotas de fútbol. Creí que estaba al borde del desmayo.
Al terminar, agarró rápidamente el bote de gomina y me echó un poco sobre el pelo para conseguir el peinado que había tenido que repetirle tres veces y que ni siquiera en ese momento supo hacer bien. Me peinó con una mezcla de raya y crestita, muy alejada del canon de hombre que quiero ser. Tomé las riendas del peinado y metí las manos para peinarme como me saliera de los huevos y comprobé que tampoco era para tanto.
Pagué una friolera por el corte de pelo, corte que casi me lleva a urgencias, y me despido de mi amigo, mi peluquero, que me mira en todo momento con una cara de celos y tristeza al ver las pintas que llevaba tras el corte de su compañera. "Buen corte eh?", me decía partiéndose la polla por dentro.
En ese momento me di cuenta de lo importante que es centrarte en las personas en las que confías aunque a veces las apariencias engañen.
#NormasParaRecordar: Espera al chico
Fd: Nuwanda
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