Joder Maribel....

Buenos días...


Una mañana de domingo de hace no mucho, el sol irrumpió en mi casa cual alunicero en una joyería. El dolor de cabeza era importante, muy importante, inversamente proporcional a la calidad de alcohol de los garitos de la noche madrileña. Tenía piernas hinchadas y la garganta no me permitió ni cagarme en el hijo-de-puta-cabrón que apagó un cigarro en mi antebrazo.

También es probable que me auto-mutilara pero preferí descartarlo.

Tras pocos minutos de desconcierto y posicionamiento espacio-temporal, en mi cabeza sólo había dos cosas: café y tostada, tostada y café. Nada más.

Me pregunté: ¿dónde están mis pantalones? Vi mis zapatos, mi camisa, mis calcetines, los restos de la cena, la comida y el desayuno y el vaso, ese vaso asqueroso que tenía la pinta de ser mi última copa, uno de esos vasos de plástico que recuerdas transparentes y que sin embargo pierden su transparencia pasadas unas horas y mutan a un color grisáceo, como si de lo tóxicos que son se consumieran solos y, por supuesto, ni rastro de mis pantalones.

Tenía hambre y la naturaleza es sabia...


En frente del retrete, en la bañera, claro. Evidente. Obvio. "Lo más normal del mundo" que diría un gran amigo mío, mis pantalones colgados de la barra de las cortinas de la bañera.

Con los pantalones, una sudadera y las zapatillas de casa, salí camino al bar de Maribel. Está en mi puerta, no son ni 60 metros desde mi portal, voy exactamente como igual a cómo me vería mi madre si viviera en casa. Me puse las gafas de sol en el propio ascensor. Demasiada luz. No sentía ni frío ni calor pero tenía un dolor de cabeza importante.

Café y tostada. Tostada y café.

–Ponme un café y media barrita –dije extremadamente afónico, casi mudo.
–¿Con tomate? –pregunta el camarero en tono paternal.
–Sí por favooor... Gracias Luis.

–¡Maribel! Media barrita por favor... ¡con tomate!

–Anda que vaya carita llevas hoy... ¿Mucha fiesta ayer? –me dice Luis.
–No tanta pero sí intensa. Cogí frío y... –dije mientras señalaba la garganta– Además me he dejado la persiana levantada, para variar...
–Qué putada.
–Sí. Y me duele la cabeza...
–¿Quieres un ibuprofeno?
–Luego tomaré algo. La verdad es que tengo hambre. Cené poco.
–Te veo mal. ¿Va todo bien?
–Sí sí, todo perfecto, es que acabo de despertarme.
–¿Se dio bien la noche?
–Pues fue muy divertida aunque con final inesperado.
–¿Alguna chica?
–Pues sí y no, según porqué lo preguntes

Entra Maribel en escena con mi tostada y alguna bala en la recámara...



–Aquí tienes guapo –dice sonriente y con mirada de sospecha.
–Gracias... ¿Has visto como estoy no? Es que vaya mierda de alcohol dan en los bares, es asqueroso.
–Si es que tenías que venir a beber aquí... 
–Una chica –dice su marido, el camarero. Un cabrón. 

–O sea, que una chica ¿no?
–No no, he dormido tan solo como de costumbre pero sí, todo es por culpa de una de vosotras –dije en tono de enemistad.
–Qué machistas sois los hombres. Siempre echando la culpa a las mujeres de todos vuestros problemas. Seguro que la pobre chica no tiene la culpa de nada.
–Creo que tendrás que confiar en mi. Te aseguro que en este caso sí. Estoy tiritando porque tuve que llevármela en brazos a un taxi. Sí, sí... como te lo cuento.
–¡Pero qué caballero eres! ¿Iba muy borracha? –dice empatizando con la madre de la criatura
–Un poco sí –y me empecé a partir de risa.
–Y la acompañaste hasta el taxi. Y cogiste frío y por eso no puedes ni hablar, ¿verdad?
–Verdad. Algo que me ha pasado varias veces en los últimos meses. Lo de la chica borracha. Una prima menor entre otras chicas –dije intentando, en vano, cambiar de tema.
–¿Ha venido alguna vez contigo al bar? ¿Aquella chica rubia de ojos verdes quizá? No me acuerdo bien...
–No ha venido nunca Maribel.
–¿Y es tu novia?
–No.
–Es decir que la chica te gusta.
Pajaritos en el aire Maribel, pajaritos en el aire...
–Vale vaaaale, uuuuuyyy! Veo que estás cabreado. Te tiene que gustar...
–De verdad que no.
–Ya...
–Jodeeer Maribel...
–Vale. Ya paro... –dice sonriente y me invita a desayunar o me da un bollo por la cara. Es una crack

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