De niño nunca me gustó el café. Mamá y tú lo tomabais constantemente, a todas horas dados los horarios laborales que soportabais y aunque ahora os compadezco, entonces no. Me daba asco. Lo que menos me gustaba de todo era el olor a café por las mañanas, ese olor fuerte y penetrante que lo inundaba todo, que se colaba por la rendija de luz de la puerta de mi habitación, demasiado intenso para mis pacíficos y silenciosos despertares. Sabía que el primero en levantarse siempre eras tú y aún mantienes la costumbre de dejar el café encendido mientras te duchas o lees las primeras noticias. Recuerdo salir de mi cuarto despacio y caminar suavemente pues todos sabíamos cómo reaccionabas a los sustos, algo peligroso incluso para ti mismo si sostenías un cafetera o una taza de café ardiente en una mano. Cuando me acordaba, daba una patada a la pared del pasillo para que supieras que había alguien despierto y anticiparas mi visita.
Bajaba el pomo de la puerta con energía y de puntillas y, a pesar del ruido que formaba al estampar mi cuerpo contra la cristalera para mantener el equilibrio, sólo asomaba la cabeza en un claro gesto de sigilo con el fin de evitar un accidente innecesario. Esperabas mirando hacia la puerta, esperando mi entrada. Yo me sentaba en una silla y me quedaba mirando cómo preparabas la bandeja para Mamá y lo que me tocara desayunar a mi. Siempre me hacías una caricia, dejabas el pan tostándose e ibas a ver a Mamá. Como es lógico, las tostadas habitualmente se quemaban pues siempre tardabas más de lo previsto y dejaban una mezcla de olores que entonces no aguantaba y que, ahora, sin embargo, echo en falta.
Cuando crecí, cuando tuve que tomar café por cojones para poder levantarme, ése olor siguió despertándome cada mañana. Realmente nunca se fue. Y nunca has dejado de ser tú quien pone la primera cafetera, bien pronto, como los hombres de bien. Con todo, siempre me levanté con cuidado, aunque en vez de dar patadas a la pared como hacía de niño, caminaba fuerte para alertarte de mi aparición en escena. No solíamos hablar mucho, nos sentábamos a leer el periódico y tomábamos un café juntos, tranquilos, en silencio. Si hablábamos era por cosas importantes y siempre lo hacíamos con calma y voz suave, para no molestar. Hablábamos bastante de mujeres ya que cuando no tenía novia, me gustaba una chica, por lo que siempre había tema de conversación. También hablábamos sobre la familia, sobre la casa, sobre las vacaciones, sobre los regalos de Navidad... ya desde joven me hiciste sentir importante en casa, una opinión a valorar y tener en cuenta. Siempre me trataste como alguien mayor de lo que realmente era y aprendí de ello.
Bajaba el pomo de la puerta con energía y de puntillas y, a pesar del ruido que formaba al estampar mi cuerpo contra la cristalera para mantener el equilibrio, sólo asomaba la cabeza en un claro gesto de sigilo con el fin de evitar un accidente innecesario. Esperabas mirando hacia la puerta, esperando mi entrada. Yo me sentaba en una silla y me quedaba mirando cómo preparabas la bandeja para Mamá y lo que me tocara desayunar a mi. Siempre me hacías una caricia, dejabas el pan tostándose e ibas a ver a Mamá. Como es lógico, las tostadas habitualmente se quemaban pues siempre tardabas más de lo previsto y dejaban una mezcla de olores que entonces no aguantaba y que, ahora, sin embargo, echo en falta.
Cuando crecí, cuando tuve que tomar café por cojones para poder levantarme, ése olor siguió despertándome cada mañana. Realmente nunca se fue. Y nunca has dejado de ser tú quien pone la primera cafetera, bien pronto, como los hombres de bien. Con todo, siempre me levanté con cuidado, aunque en vez de dar patadas a la pared como hacía de niño, caminaba fuerte para alertarte de mi aparición en escena. No solíamos hablar mucho, nos sentábamos a leer el periódico y tomábamos un café juntos, tranquilos, en silencio. Si hablábamos era por cosas importantes y siempre lo hacíamos con calma y voz suave, para no molestar. Hablábamos bastante de mujeres ya que cuando no tenía novia, me gustaba una chica, por lo que siempre había tema de conversación. También hablábamos sobre la familia, sobre la casa, sobre las vacaciones, sobre los regalos de Navidad... ya desde joven me hiciste sentir importante en casa, una opinión a valorar y tener en cuenta. Siempre me trataste como alguien mayor de lo que realmente era y aprendí de ello.
Recuerdo estar en mi habitación, para variar, pegado al ordenador y escucharte caminar hacia mi puerta. Sin llegar a entrar, me preguntabas si me pasaba algo. Siempre me decías que se me notaba y siempre acertabas, incluso cuando juraba que no lo hacías, pero no solía contártelo en aquellas ocasiones, no era el momento, no era mi momento. Ese olor, a café y tostadas, quizá el ruido del teclado del ordenador al escribir o las hojas de los periódicos al pasar de una a otra, tuvieran algo especial, algo que me hacía sentir tranquilo o puede que sólo fuera la intimidad de una casa familiar a las 7:00 am pero era entonces cuando a mí siempre me gustó hablar contigo, era entonces cuando era capaz de contarte cualquier cosa. Siempre sabía que estarías ahí y ahora desde la distancia también lo sé pero echo de menos decirte que "ahora no".
Yo no pongo cafetera en mi casa pero siempre que entro en el bar a tomarme un café pienso en ti y en aquellos sofás, en aquel olor y esa voz, y siempre hay algo que me gustaría contarte en ese momento, una pregunta que hacerte o una buena noticia que darte.
Creo que debería ir más a desayunar a casa.
Te quiero viejo.
Preciosa felicitación.
ResponderEliminarMe ha hecho gracia lo de darle una patada a la pared para que te escuchase, yo era y sigo siendo de abrir las puertas lentamente pero con fuerza, que se note xD
Que bien huele el café...
Muchas gracias Tomate. Es un poco sordo de un oído y su capacidad para soportar las sorpresas siempre fue limitada. Era todo por su propia seguridad.
EliminarEl café es un vicio maravilloso.
Gracias por estar siempre ahí Tomate. Tengo ganas de leer un día a Pimiento :P
Este Pimiento ya está por aquí ^^
ResponderEliminarCreo que ese aroma a café es tu "magdalena de Proust". Da gusto leer sobre tu buena relación con tu padre, ¡es dificil conseguir algo así!
Saludos!
Encantado de saludarte Pimiento. En pocas palabras, mi padre me enseñó todo. "Admiración" es una palabra muy limitada en esta ocasión...
EliminarEspero seguir leyéndote por esta, tu casa.
Un saludo
<3
ResponderEliminarBrutal. Me ha encantado Golfo.
ResponderEliminarGracias Señor. Es un placer tenerle por mi casa...
EliminarPD.- Si quieren buena música.... http://www.lagruperia.blogspot.com/ De nada.
Brutal. Me ha encantado Golfo.
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