Recuerdo que paseaba por la calle con mi madre, mi santa madre. Caminábamos tranquilos hacia no recuerdo dónde. Me contaba cómo era mi abuelo cuando ella era joven, lo poco que le gustaban que mi madre saliera por la noche y lo mucho que leía, siempre leyendo y siempre con su cigarrito...
Dos chicos de origen árabe estaban sentados en un banco fumándose un cigarro. Debían tener mi edad de entonces, 16 años. Se quedaron mirando a mi madre fijamente. Yo sabía de qué iba el rollo pues habían intentado, y conseguido, atracarme en varias ocasiones estando de fiesta por ahí.
Me puse muy nervioso, estaba totalmente en tensión porque me preparaba para cargarme a alguien, al que diera el tirón al enorme bolso de mi madre. Sabía exactamente lo que iba a hacer porque me habían dado tiempo para pensar. Le iba a poner una zancadilla al que pasara más cerca de mi madre y después lo patearía. Con el paso de los segundos aumentaban los nervios, mis ganas de hacerlo y mi confianza en mi mismo. Se iban a cagar.
Se acercó uno por detrás sin cortarse un pelo y me di media vuelta interponiéndome entre mi madre y él. Me miró fijamente durante unos segundos pero pasó por mi derecha, por mi brazo bueno, el más rápido. Mi madre se enteró de todo y me dijo en voz baja y tensa: "hijo no hagas tonterías, no va a pasar nada". Al intuir una jugada peor por parte de nuestros nuevos amigos procedí a quitarme el cinturón y entonces...
Entonces mi madre gritó: "¡Hijo para yaaa!" y rompió a llorar con mucha fuerza. Se incorporó con energía, dio dos pasos al frente y señalando a los semi-muertos atracadores gritó desconsolada, acorralada: "¡largo de aquí hijos de putaaa....! ¡Largo de aquí ahora mismo!" Y funcionó. Y todo quedó allí..
Y volvimos a casa y no volvimos a comentarlo..
Y volvimos a casa y no volvimos a comentarlo..
No hay comentarios:
Publicar un comentario