La mesa estaba puesta y la señora de la casa gritaba con todas sus fuerzas en reclamo de la presencia de la manada en la espectacular mesa que había preparado. Gritaba sin parar y no dejó de hacerlo hasta tener a todos los miembros de la familia sentados en sus pre-asignados asientos.
El evento tenía lugar en el salón principal de la casa, el de los días especiales, y la mesa estaba engalanada pues se celebraba el cumpleaños del menor de los cuatro hijos.
La cocina era un auténtico espectáculo que levantaría de su tumba al mismísimo Adam Smith. Los platos preparados estaban estratégicamente colocados, como si de una ofensiva militar se tratara. Cerca de la vitrocerámica hacía un calor insoportable y el olor de la salsa que acompaña la carne alimentaba por sí solo. Cerca de la ventana hacía un frío tan inesperado como inexplicable, y allí, entre témpanos, reposaban tanto la ensaladilla rusa como el jamón serrano que, como la salsa, alimentaba sólo con mirarlo.
Aquella mesa era un pozo sin fondo, era una máquina de comer. Como en un lavadero de coches, los platos entraban repletos de comida y salían limpios y brillantes, como con lavado premium. Solo sobró un poco de ensaladilla que con toda seguridad no llegó viva a la cena.
La carne no parece del gusto de todos. Al parecer, la cebolla que incluye tanto la salsa como la carne no es del agrado del homenajeado y se niega a comer. No debería sorprender pues llevaba años gritando a los cuatro vientos que odiaba la cebolla pero las formas estaban totalmente fuera de lugar dado el motivo de la comida y el esfuerzo que la madre había puesto en prepararlo todo con cuidado y cariño.
–Yo no quiero carne. Lleva cebolla y deberías saber que odio la cebolla.
–Hijo ¿de verdad no vas a tomar carne? –dice la madre con una mezcla visible de culpabilidad y preocupación por la nutrición del niño.
El padre miraba atónito la escena. Su mujer le cogía de la mano en un intento por evitar el desastre. Él espera. Sabe que en algún momento se pasará de la raya.
–!No, no voy a tomar carne joder¡ !Vaya mierda de cumpleaños¡ –dice a gritos y sin delicadeza.
–Vete de la mesa ahora mismo –dice el padre ante el empírico estado anímico de su mujer.
–No me voy a ir. ¡Es mi cumpleaños y no me sale de los cojones irme!
–He dicho que te vayas. O te vas o te saco yo.
–Vas a tener que echarme papá porque no pienso moverme.
El padre procede a levantarse enérgicamente pero el niño se levanta a toda velocidad ante la inminencia de un soplamocos bien dado, alianza matrimonial incluida, y se marcha de la estancia. El padre da media vuelta, vuelta a la tranquilidad de una comida familiar que consideraba perfecta. Pero a los pocos segundos, el sonido de la cerámica haciéndose pedazos catapultó al patriarca hacia la habitación contigua. Pudo haber atravesado la puerta si hubiese sido necesario pero no hizo falta.
La imagen del desastre confirmó las sospechas sonoras. El niño se había cargado el jarrón, el jarrón bueno, el grande, ese que el matrimonio había comprado en su viaje de novios a China y Japón.
Se podía freír un huevo frito en la frente del padre. Estaba rojo como un tomate, con las venas de la frente hinchadas como mangueras de bomberos y los ojos estaban tan salidos que parpadeaba por detrás.
Se podía freír un huevo frito en la frente del padre. Estaba rojo como un tomate, con las venas de la frente hinchadas como mangueras de bomberos y los ojos estaban tan salidos que parpadeaba por detrás.
Tras unos segundos de reflexión y sosiego, el padre se acerca y agarra al chiquillo por una de sus muñecas y lo levanta todo lo que puede sin que el pequeño delincuente despegue los pies del suelo. El chaval estaba ya de puntillas y, con un movimiento brusco de brazo, el padre consigue girar al chico para...
ZAS!! –le pega un azote en el culo con la mano bien abierta, con el brazo que aún tenía libre.
ZAS!!! –el chico parecía aguantar estoicamente el segundo.
ZAS!!! –una lágrima asoma...
–Perdona papá!! Ha sido un accidente!! –dice el pequeño entre llantos.
ZAS!!!
–Que es verdad!! Que ha sido un accidente!! –grita el
–No es verdad. Nos has fastidiado la comida a todos y tu madre ha trabajado mucho para que todo estuviera perfecto pero tú... Tú.... Eres un egoísta y has roto el jarrón porque te has puesto de mala leche por la puta cebolla de la carne
–Y de la salsa!!
ZAS!!!
Apunte Nuwanda:
Soy de los que piensan que un azote a tiempo funciona de puta madre en la educación de un niño pero no seré yo el que recomiende hacerlo. Este azote es el denominado "Merecido" y suele quedarse en modo bucle hasta que las nalgas no puedan apoyarse en un mínimo de una hora.
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