Quédate un poco más

By Nuwanda


Mi madre, como todas las madres, repite expresiones, refranes en algunos casos, con las que pretende enseñarme todo lo que no ofrece el colegio. Entre ellas, una de las más repetidas, es: "Ay hijo, las vueltas que da la vida". A continuación, suele insistir en sus argumentos con expresiones como "Confía en Dios", "lo importante es caminar como un hombre" o similares. No es mi madre la protagonista de este artículo, lo son las vueltas de la vida y, permítanme la osadía, yo he perdido la cuenta. Vaya mierda de expresión.

La misoginia, estimados lectores, es decir, la "aversión a las mujeres o falta de confianza en ellas" según Google, es el resultado de haber amado y haber perdido, haber amado sin ser correspondido o haber sufrido deseando sincera felicidad a nuestro verdugo. Todos nos cansamos de que nos digan que no, nadie disfruta del sufrimiento continuado –un poco sí del ocasional, ya me entienden. La vida es dura y lo único gratis que merece la pena es Facebook y a veces hasta tengo mis dudas.

Conscientes de mis impulsos, muchos amigos me han dicho: "ten paciencia, todo llega". Y tienen razón, todo lo hace. Y paciencia tengo. Pero la rueda sigue girando, el contador suma y sigue y 1987 cada día está más lejos. Vueltas y más vueltas. Tantas que es imposible no caer en la misma piedra. El mundo es un pañuelo y Matrix a veces pierde la lógica. Y no me quejo, normalmente...

Tras la paciencia, otro clásico: "segundas vueltas nunca fueron buenas". Suponemos entonces que terceras o siguientes son poco menos que un pacto con el diablo. Y yo me pregunto: ¿y si ya encontré lo que buscaba en un momento en el que no era para mí? O, si las personas cambian, ¿lo habrá hecho ella? ¿a mejor? Las reconciliaciones tienen algo de mágico, puede que sea la aceptación de los errores mutuos o el sexo de castigo, pero lo tienen. Por si el lío no fuera pequeño, cuando un hijo fracasa en repetidas ocasiones, una madre no puede contenerse y recurre a otro clásico: "a la tercera va la vencida". Y claro, ya la hemos liado, cortocircuito, la maldición de los libros de autoayuda. ¿En qué quedamos? ¿La segunda no pero la tercera sí? A aquella enorme sonrisa le daría otros mil besos, volvería a contar cien veces todas aquellas pecas e incluso me dejaría azotar una noche más.

Y de un día para otro, resulta que el éxito reside en la perseverancia, otra forma de definir la renuncia al orgullo. Per-se-ve-ran-cia, que no rima con estupidez pero se le parece de cojones con el paso del tiempo. Soy de los que piensan que no hay nada peor que un pesado. No hay que tener 70 años para valorar el tiempo como se merece, como puto oro, demasiado valioso para perderlo con un kilo de globos. Se quiere en el presente, se desea día a día y si conseguimos medir el tiempo en minutos, no importará si es la segunda, la tercera o la vigésimoquinta, sólo cómo alargar la noche un poco más.

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