Él

By Nuwanda



Y un día me habla de él...

De lo guapo, listo y rico que es, de lo mucho que le gusta, de las cosas bonitas que le dice o de las ganas que tiene de volver a verla. Sabe que está loco por ella y disfruta del momento, disfruta del control del deseo ajeno o del pitido interno del ambos oídos. Tiene la sartén por el mango, lo sabe y se aprovecha, lo disfruta. Dos horas sin responder, ahora un emoticono que le mantenga toda la tarde en la más absoluta ambigüedad o demasiados jajajajaja en el chat. Qué malas zorras.



Tras sobrevivir al impacto inicial, ella enumeró la lista de lo que más le gusta del supuesto príncipe azul. Nada nuevo bajo el sol, nada que no supiera, nada que no hubiéramos hablado antes. Y hago memoria y me digo: "ostia, pero si soy yo". "¡Soy yo!" Pero no, el sentido que el lenguaje cobra en su boca ha trastornado mi interpretación, ha inflado mis expectativas. Por un momento, solo uno, la he visto con un bebé en brazos y un pequeño diablo enganchado a una pierna, ambos con la misma cara que yo...

Resulta que es paciente, que le gusta hablar y le hace reír. Calculo el tiempo que he esperado para aceptar lo que siento, y calculo después el tiempo que tardé en darme cuenta de que nunca le diría nada y las cuentas saltan por los aires. A paciencia no me gana nadie. Por eso no quiero llevarme un no, ni un sí, querría que ella perdiera la cabeza de tal forma que no hubiera otra opción, que no existiera otra persona. La conversación nunca ha sido un problema, pienso que pocas personas en este mundo lograrían hablar con ella como un servidor. Y no sé si consigo hacerla reír o no, quiero dar opciones a que el otro sea un payaso y en eso me gane por goleada, pero sí sé qué hacer cuando toca llorar.

Y si ella me escuchara, si ella no cambiara de tema cada vez que lo he intentado, le diría que he desarrollado un súperpoder, el poder de adivinar lo que desea en cada instante, lo que siente en cada momento. Incluso sería capaz de adelantarme a sus palabras si no padeciera de incontinencia verbal severa. Le diría, aún consciente de mis nulas posibilidades, que nunca había disfrutado tanto de un enfado como cuando dejamos de hablarnos durante un mes, que solo con ella el recuerdo de aquello ha logrado convertirse en una anécdota divertida y romántica que me gustaría poder contar muchas veces.

Si su intención fuera ponerme celoso no lo habría hecho mejor. La tormenta que arrasa con Madrid, el tufillo que desprende la confianza o la inestabilidad emocional permanente, el mundo no quiere que duerma ni que ella se vaya. Deseo las cosas cuando estoy a punto de perderlas y ya suele ser tarde para remontar. Si el enemigo es tan listo como ella dice, sobre todo si es más listo que yo, puedo darme por jodido e ir reservando asiento de primera fila para una boda en la que no debí ser testigo.

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