Piropos

By Nuwanda



Los piropos son tan necesarios como peligrosos. No decir ninguno es una muestra clara de falta de cariño y decir demasiados es comprar con palabras lo que no valen los hechos. Y siempre me han encantado. Y no, aquí nadie habla culos en los que tomar sopa, ni aunque estuviera más que dispuesto a hacerlo según el caso, nada de observaciones positivas ni de reconocimientos, nada de frases hechas. Hablamos de piropos de verdad, de detalles que marcan diferencias, aquí se viene a encoger el estómago con pocas palabras.

Un buen piropo requiere de las palabras justas en el momento preciso, un tono adaptado a todo ello y un gesto o movimiento asociado. Además la tolerancia de las mujeres hacia ellos es muy cambiante, lo mismo se ríe en tu cara o te besa pasionalmente. No son lo mismo unas palabras bonitas al oído en mitad de una conversación en grupo que un grito desde un balcón. No es lo mismo que entre esas palabras se encuentre "culo" a que lo haga "amor". De hecho, ninguna frase que haga referencia a las nalgas debería ser considerada piropo, ahí tienen razón tanto las 'feminazis' como las más católicas.

La originalidad es el mayor de los desafíos. Siglos de estudio, de prueba y error, han llevado al piropo a ser casi un género literario. Hay películas, normalmente inspiradas en libros de portadas en rosa, que tienen una elevada densidad de piropos por minuto, y en ellas se cumple la regla del 80-20: el 80% de los comentarios son una mierda. Sin embargo, es el 20% restante el que reduce todas nuestras opciones. Puertas del cielo abiertas, ser el aire que respira o el suelo que pisa... ¡por favor! Es posible decir algo bonito y mantener la dignidad. Con todo, podría, pero no.

Y ahora resulta que un servidor, el mismo que ha escrito cosas como "el fracaso siempre será perderte ¿qué peor?" o "has conseguido enloquecer todos los pájaros de mi cabeza", el mismo que ha escrito decenas de artículos llenos de cariño, admiración y deseo, es tacaño en piropos. Dónde vamos a parar. Podría decir que si dependiera de mí, el culo del mundo sería exactamente igual que el suyo, que su inocencia es tan divertida como sexy o que soy incapaz de controlarme cuando no ha tenido tiempo para secarse el pelo. Podría, pero no.

Pero hay que disculparla –siempre lo hago–, no sabe lo que dice, no sabe dónde leer, no sabe lo que siente, no sabe dónde escuchar, parece haber olvidado mucho, aunque, eso sí, entonces no llevaba la cuenta. Y podría decir que recuerdo todas y cada una de las veces en que he podido besarla y no lo he hecho, que no imagino una vida mejor que una a su lado o que, como diría Jack Nicholson, solo ella consigue que quiera ser mejor persona. Podría decirlo, eso y mucho más, pero no.

No porque no quiera, no porque no sea verdad, no porque no pueda. No lo digo porque es ella la que no quiere, porque ella no me quiere, porque no llevaría a ningún lado, porque algo de especial tengo que guardar para quien sí me ame. Ante sentimientos de este calado no hay palabras sencillas ni piropos apropiados. Y yo, que además de romántico puedo ser un poco presumido, siempre he sido más creativo al acostarme o al despertar.

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