He pedido un café con leche, un zumo de naranja y unas tostadas con tomate y aceite para empezar bien el domingo, víspera de la vuelta al trabajo. Cojo un periódico y sobrevuelo sus titulares en busca de algo interesante que leer. No hay mucho pero siempre encuentro firmas que me gustan.
Si encuentro dos cosas que leer, pido otro café.
Absorto en la lectura, un ruido distrae mi atención. Es el ruido de unos tacones, ese ruido.
Levanto la mirada y unos pies se deslizan sobre una de las mesas del bar. Era ella bailando ya desde por la mañana, igual que ayer e igual que mañana.
Sé que no puedo hacerla desaparecer. Sé también que los demás no pueden verla, que sólo yo tengo ese don. Era una alucinación, mi alucinación.
He intentado imaginármela sentada en una mesa tomando un café tranquilamente pero no, ella prefiere seguir bailando libre y salvaje, ininterrumpible.
No salta, no hace movimientos bruscos, levanta los brazos y mueve la cadera suavemente. Es perfecto, es insinuante, es provocador...
Son las 9 de la mañana y no pienso moverme de aquí hasta que ella no haga lo mismo.
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