By Nuwanda
Ir en tren me da nostalgia.
Creo que me pasa porque es un medio de transporte muy antiguo, que no anticuado. Llámenme crío, que lo soy, pero si pienso en trenes nunca imagino el AVE, siempre pienso en un tren de los de antes, de los de carbón y humo, los de las películas del oeste. Soy un bicho raro, un romántico, un pedante, aunque sólo a veces.
En los trenes, además, pasan cosas increíbles.
En los que superan las 5 ó 6 horas de duración suelen proyectar un documental y una o dos películas. Dichas producciones no suelen tener interés alguno para mí pues o son malas con muchas ganas o están más vistas que las tetas de Ana Obregón.
En mi último viaje, viaje que les voy a describir, el documental fue algo así como "Los secretos de Oriente" y por las primeras imágenes que pude ver, me atrevo a decir que tenía al menos 40 ó 50 años de antigüedad. La primera película fue "Quiero ser italiano", nada más lejos de la realidad aunque la peli tiene sus puntos y el actor protagonista me divierte. La siguiente película fue "Gi-Joe", harakiri, aunque no fue tanto por la película como por otros factores.
La cafetería nunca ha estado cerca, el baño de mi vagón no funcionaba, las puertas de los armarios se abren sin control y algunas de las puertas supuestamente automáticas deciden dejar de abrirse, obligando al pasajero a empujar la puerta para poder hacer un pis. Cosas de trenes. Fui en Preferente porque tuve comprar el billete un día antes, me parecía un lujo que quería aprovechar, disfrutarlo, pero no estaba –y supongo que tampoco estoy– en racha.
El tren hacía varias paradas y yo subí en la segunda de ellas. En aquel momento no había mucha gente, estaba casi solo en el vagón. En la siguiente parada importante un hombre con camiseta azul cómic con un dibujo tipo japonés, unos pantalones tobilleros de tipo escocés en tonos marrones y unas zapatillas blancas se sentó en el asiento de delante. Ella, la novia, muy discreta, llevaba unos vaqueros y una blusa de tirantes que parecía de tela de camisón. Ya desde que se sentaron supe que me arrepentiría de un comentario que hice el día anterior en el que afirmé que mataría a los niños que viajan en tren, en concreto a esos que lloran para conseguir cualquier cosa y los que corretean por los pasillos y se te quedan mirando como si fueras un terrorista o un ladrón. Hay cosas peores pero entonces no lo sabía.
Todo empezó con posturitas y morreos, pero morreos de otro puto planeta. La posibilidad de levantar los reposabrazos que separan los asientos de los trenes de alta velocidad dio rienda suelta a su lujuria, sólo contenida por el público del vagón y mi cercana presencia, justo detrás. La presa no duró mucho tiempo....
Ella se recuesta con las piernas sobre las del novio, mientras éste pasa su mano por vaya usted a saber dónde. Ella hacía lo propio pero con menos vergüenza. El tema, como la presa, tampoco duró mucho. Cansados de la postura, decidieron probar algo nuevo...
Ella se recuesta con las piernas sobre las del novio, mientras éste pasa su mano por vaya usted a saber dónde. Ella hacía lo propio pero con menos vergüenza. El tema, como la presa, tampoco duró mucho. Cansados de la postura, decidieron probar algo nuevo...
Sentados como personas normales, no cupieron en su normalidad y tras un par de caricias, él asoma la cabeza entre los asientos y ella aparece por el otro lado, sonriente y deseosa, ya con la lengua fuera y los ojos cerrados, avanzando lenta y decididamente hasta llegar a su media naranja y dar comienzo al baile de lenguas, un espectáculo en 3D y con sonido Dolby Surround asqueroso. Especialmente porque era un baile al aire libre y pude ver como sus lenguas se movían violentamente, haciendo formas extrañas en las comisuras de los labios, sin llegar a "entrar" prácticamente nunca, y terminando con húmedos y ventosos besos que ni los estupendos auriculares del iPhone pueden evitar.
Yo no sabía donde cojones meterme, quería salir de allí, matar a alguien, matarlos a los dos o morirme yo antes de tener que aguantar semejante espectáculo durante la mitad de mi último día de vacaciones, las seis horitas del viaje. Ni mi potente y exagerada respiración, ni el resoplar tras cada una de sus abducciones lograron llamar su atención, yo no existía en su mundo de impulsos sexuales contenidos y, todo puede ser, recién estrenada virginidad.
Supongo que la reducción del nivel de saliva en el cuerpo permitió una breve tregua ante tan sutil tortura. Durante unos minutos, sólo las manos pasaron de un lado a otro, por encima de los hombros o por debajo del ombligo, no hubo barreras pero eran sólo las manos, y el tema se volvió a calentar... Yo enloquecía y me hacía cada vez más pequeño en mi asiento preso de semejante guarrada. Continuaron el intercambio de morreos, aderezados esta vez con miradas del tipo "si fuera por mí, me desnudaba aquí mismo y follábamos hasta llegar a Madrid". Vómito, arcadas, mareos... Eso sí, yo como si no estuviera allí pese a mi chasqueo ocasional de dedos, el tarareo de varios discos completos o la percusión con los dedos sobre la mesa del tren -que va enganchada al asiento que tenemos delante, en mi caso el de él-. No sabía qué hacer...
Al rato, tomaron aire. Poco.
Al rato, tomaron aire. Poco.
Ella sacó un portátil enorme del bolso. Tenían la pieza necesaria para enganchar dos juegos auriculares, todo muy romántico como podéis ver. Entonces empezó la discusión sobre qué poner... Veinte minutos después con alguna palabra más alta que otra y otra ronda de babas de por medio, las inconfundibles imágenes del inicio de Juego de Tronos anticiparon al menos 50 minutos de tranquilidad. Pensé que quizá, con suerte, mucha suerte, hasta lograría dormir pero, para variar, me equivoqué.
Ella empezó a gesticular como si tocara el violín tratando de seguir el ritmo de la banda sonora de la serie, moviendo brusca y arrítmicamente el cuello al son de la melodía y poniendo morritos para después negar el beso. Él hacia las veces de un director de orquesta, exagerando sus gestos en los sonidos más graves y altos, levantando la mano para señalar los tonos más altos. Justo antes de empezar el capítulo, tapando totalmente la visión entre los dos asientos que tenía delante, se fundieron en un largo y profundo, muy profundo, beso que duró unos segundos, los justos para la primera escena. Y un par de piquitos, de postre. Cómico y cruel, divertido y ridículo, bonito y asqueroso. Hacía falta fregona para semejante explosión.
Aún no sabía lo que me venía encima.
El bajón de tensión sexual que les provocó el capítulo en cuestión propició la búsqueda de usos más divertidos para la tecnología disponible. Ella tuvo la gran idea de divertirse con la cámara integrada en el ordenador y un programa de efectos fotográficos. Pude verle a él con un sombrero que incluía las orejas y la nariz de un cerdo, ella fue el mismísimo Lassie durante unos minutos y hasta jugaron a ser Homer y Marge Simpson. Sólo me parecieron patéticos al principio pero luego...
Luego...
Luego quise matarlos...
Luego...
Luego quise matarlos...
Me di cuenta de que yo salía en prácticamente todas las fotos que se hicieron pues aparecía en el hueco que hay entre los asientos. Mi descuidada barba confirmaba que efectivamente ese con cara de querer saltar del tren en marcha era yo. No me importó mucho al principio, pensé que las borrarían o que me daba igual una o dos pero joder... Siguieron jugando con los efectos un buen rato. Puede incluso que el tema tuviera gracia pero como ya deberíais haber supuesto, nada bueno podía salir de estos seres y tras las payasadas necesitaron marcha, morbo, la dosis.
Tocaba hacerse fotos de besos, cuanto más apasionados mejor y con fondos de todo tipo. "Venga un beso en el Caribe", "ahora un beso en la Torre Eiffel ¡o no! Mejor en el Taj Mahal".
–Venga, ahora un beso de perros, yo quiero ser un cocker y tú un bulldog
–No bizcochito, yo quiero ser un bóxer.
–Mi amoooorrrr.... –replicó ella.
–Vale, un bulldog, pero es que están gordos –protestó él.
–Pues eso mi gordito, pues eso.
Después decidieron deformar sus caras en busca de un beso divertido. Besos todos ellos conmigo de fondo. Percatado de la situación y viendo que el tema no iba a quedarse ahí, mis gestos fueron a más. Me tapaba la cara, resoplé con más energía, susurré en alto cosas como "joder" o "no me lo puedo creer". Llegue incluso a decir "vaya puto asco, menuda falta de educación". Nada funcionó, los besos siguieron con más fotos y pequeños vídeos de profundas perforaciones bucales que no dudaban en complementar con frases frente a la cámara, besos de esquimal y caricias tipo "que tonto eres pero cuanto te quiero". Yo salía en muchos.
Así fue, no dejen de creerme porque aún queda más.
No contentos con el espectáculo ofrecido, insatisfechos sexual y reputacionalmente, debieron pensar que no era suficiente, que había que ser distintos, especiales, únicos.
Un kleenex pasó de un asiento a otro y ella, después guardar el ordenador, lo extendió a modo de mantel sobre la mesa del tren y colocó varias rebanadas de pan de molde en cuadrícula. Estaba claro que se iban a hacer la comida pero no podía imaginar qué leches meterían dentro. De repente, un tuperware de dimensiones medianas aparece entre la pareja, mi campo de visión. No pude adivinar qué era por el color del contenido. Un intenso olor invadió el vagón entero, no había lugar a dudas, era paté o pudding de pescado casero. Un olor agradabilísimo a las doce y media de la mañana, sin apenas haber desayunado. Al menos no sacaron el camping-gas... Como no podía ser de otra forma, tomaron un café de termo, compartiendo el tapón como taza. Eso sí, la pareja disponía de servilletas, cubiertos, dosis individuales de sal, aceite, vinagre, ketchup, etc...
Tras el menú, como mandan las costumbres españolas, la temperatura volvió a subir y mientras veían "G.I. Joe", en algún subidón de hormonas, todo volvió a comenzar, todo lo anterior pero otra vez, incluido otro sandwich de lo-que-cojones-fuera-eso.
Varios kilómetros antes de entrar en la estación de Chamartín, empezaron a levantar el campamento manteniendo ocasionales besos de tornillo. Coger maletas les parecía mucho más divertido si podían morrearse mientras él sostenía la enorme maleta sobre sus cabezas. La espera de la parado por completo del tren les parecía más romántico si lo aderezaban dándose el lote contra el armario del extintor, incluyendo apretones en el culo y más besos de esquimal...
Al salir del tren quería matar. Llevaba dos minutos en Madrid y estaba a punto de reventar. No entraba en mí, sudaba de tensión contenida o de trastorno psicológico.
El amor es tan ridículo...
Pero viajar en tren me encanta.
Pero viajar en tren me encanta.
Un día iba yo en un autobús de sardinas enlatadas y justo en frente me tocó una pareja de ese estilo, prácticamente mi cara casi tocaba sus lenguas... asqueroso, menos mal que mi trayecto duró poco, si me toca aguantar un viaje largo como el tuyo cojo el extintor y va a parar a sus cabezas!
ResponderEliminarEn una de esas fotos en las que salías de fondo tendrías que haber hecho un corte de manga jaja
¡Bienvenido de nuevo! Ya se te echaba de menos por aquí ^^
jajjaj hubiera sido digno verte, a ver si la parejita difunde las fotos por internet xD
ResponderEliminarLo importante es que, aun con eso, no hayas perdido el gusto por viajar en tren :)
Gracias! De verdad, no os imagináis lo que fue aquello... El viaje más largo de mi vida. De hecho, el 80% del artículo está escrito en vivo y en directo, a modo de escapatoria de la realidad, tratando de convertir en ficción una realidad asquerosa... Tremendo, de verdad, tremendo.
ResponderEliminarLo del corte de manga lo hice, de hecho, mientras fingía sacarme un moco de la nariz pero aquí los cerdos eran ellos y por eso no lo he puesto. En todo caso, el corte de manga me supo a poco. yo quería matar.
Es un placer volver a leer vuestros comentarios!