El tiempo perdido

By Nuwanda



Una de las cosas que más me tocan las pelotas son las personas impuntuales. Yo cumplo y por ello no lo entiendo. ¿Qué cuesta salir cinco minutos antes? ¿Qué cuesta avisar? ¿Qué cuesta quedar más tarde? No hay excusas salvo el tráfico y en contadas ocasiones (siempre un factor a tener en cuenta si quedas con alguien que vive en las afueras de Madrid al menos).

El caso es que ser puntual tiene doble filo y me explico. Normalmente, y sin contar casos crónicos que solo merecen la tortura pública, las personas llegamos tarde a tomar una cerveza, a una cena o a una fiesta. Los peores llegan tarde a las bodas sin autobuses, a los cumpleaños de los niños o al funeral de un familiar, es decir, como máximo una desfachatez.



Sin embargo, el control que imaginamos tener respecto al tiempo pronto se revela nulo. Las cosas pasan y nosotros no participamos en ellas. De repente el entorno es tan grande que cambia con el tiempo sin que tengamos la más mínima posibilidad de controlarlo. Es jodido llegar tarde a una boda, sí, por supuesto, más grave cuanto más cercanos sean los novios, pero más jodido es llegar tarde a la entrevista de trabajo que cambiará tu vida o a ese café con ese tipo tan interesante que puede tener entre manos el mayor negocio que verás jamás.

Si definimos la libertad como 'ser dueños de nuestro tiempo' nos hacemos un flaco favor, nos estamos engañando. El tiempo es salvaje y cruel y el hombre descuidado y caprichoso, una mezcla de resaca hospitalaria. Un ramo de flores puede solucionar un retraso de diez minutos a una cita pero nada recompone dos años de dudas y miedos con quien nunca debiste pensar tanto.

Y solo hay una cosa peor que la duda y el miedo: el tiempo perdido.

Demasiado tarde Nuwanda.

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