Tenías que tener novio

By Nuwanda



Un día me levanto totalmente inconsciente. Es jueves por la mañana, las 7:30 de la mañana para ser exactos, y me deslizo por el suelo hacia el baño en busca de mi aseo diario tropezando con la mesa, los zapatos, inmóviles desde la noche anterior, y el calefactor que debería tener guardado desde hace dos o tres semanas.

Afeitado estándar. Ducha estándar. Peinado estándar. Elijo una de las camisas elegantes. No hay muchas pero la exploto bien. Camisa azul claro con rayas blancas y corbata granate con lunares de color azul marino combinado con un traje también azul marino. Me sé seis combinaciones diferentes que funcionan. De vez en cuando improviso y la cago, como todos. Un pañuelo blanco bastaría para añadir un poco de clase pero no era, en absoluto, necesario, iba a trabajar, exactamente igual que cualquier otro día. 

Cuando estoy en la puerta de la oficina me doy cuenta de que la corbata que he elegido está manchada, la camisa tiene un botón de menos y los calcetines son los del agujero en el dedo gordo, los mismos que debí haber tirado hace bastante más de dos o tres semanas. Buen comienzo.



Somos así en casa de nuestros padres y somos peores cuando nos vamos de ella, al menos yo.

Desde que nos despertamos hasta que salimos de casa para ir a trabajar no pensamos en todo lo que nos puede pasar a lo largo del día, salimos poco preparados, nos la jugamos. In the fucking limit. Nos centramos en aprovechar al 300% el poco tiempo que nos damos antes de partir hacia el trabajo, máxima eficiencia. Así, podemos lavarnos los dientes mientras nos limpiamos los oídos, sacar los zapatos del armario con los pies mientras nos hacemos el nudo de la corbata o coger la chaqueta con los dientes mientras cogemos el móvil, la cartera, las llaves, el tabaco y el mechero.

Es habitual que lo que a primera hora parecía ser un día soleado y caluroso torne a grisáceo y lluvioso justo cuando has decidido ponerte un traje de verano y la corbata de Papá, la cara. Bravo. Toca correr.

Puedes equivocarte de mocasines y ponerte justo los que tienen una boca más grande que la de El Monstruo de las Galletas, esos que si pisas un charco se inundan por completo dejando un pequeño charco debajo del arco del pie, haciendo ese ruido tan molesto al caminar y dejando rastro allí por donde pises.

También puede pasar que te hayas puesto dos calcetines diferentes, una chaqueta y un pantalón que no son iguales o los calzoncillos -nada de ajustaditos, normales- que no tienen botón en la bragueta y por tanto no cierra. Es realmente incómodo. Los de bien sabéis de lo que os hablo. Los de los apretaditos, y no tengo palabras para las bragas, no sabéis lo que hacéis. Respect.

Otro clásico es el del mal afeitado. Es aquél que deja una zona sin rasurar, como un oasis de hierba en el desierto, como si fueran pelillos de alambre que no salen ni con alicates. Son los pelillos que más rápido crecen y lo que a media mañana era una-sombrita-de-nada, es un matorral con espinas y flores a última hora de la tarde. Y no, si es tu caso, no te mira a ti, mira tu sombrita.

Somos unos imprudentes, vivimos al límite y ni siquiera lo sabemos.

¡Calzoncillos sin botón! ¿Dónde vamos a llegar? Mamá nunca lo permitiría.




Imagina que un día, al salir del trabajo, te encuentras a la mujer de tus sueños y por azares de la vida u otras injusticias inexplicables, ella os mira y sonríe y, con mucha menor probabilidad, reúnes los cojones para acercarte a decirle algo e intentar quedar con ella. Cuando das el tercer paso recuerdas que no te has lavado los dientes después de comer, que debes oler a mierda aunque no te des cuenta y que te has puesto el traje menos favorecedor de todos los que tienes y aún te entran y entonces, en ese preciso instante, tu cara se blanquea empeorando más aún tu esperpéntica imagen aproximándote a ella poco a poco.

Nada mejora, sabes que no puedes intentar nada con ella, no debes hacerlo, solo puedes perder y te tienes que joder. Es entonces cuando miras, sonríes y te vas. Bye bye baby.

Si te resistes a perder la oportunidad, lo mejor sería decir algo distinto, raro, sorprendente, no sé... que no deje indiferente, y salir corriendo. Algo como: "¡Hola! No he podido resistirme a acercarme y espero no molestarte cuando te diga que eres la mujer más elegante que he visto en mucho, mucho tiempo, que sin duda eres lo mejor que me ha pasado en todo el día, que me llamo Nuwanda y que sería un placer volver a verte al salir del trabajo y poder invitarte a tomar algo y reírnos un rato. También puedes llamarme aquí si lo prefieres –dando una tarjeta de visita–. Hasta otra, ha sido verdadero un placer". Por ingenioso que sea el comentario y salvo un atractivo instantáneo, ella no volverá jamás por la puerta de tu trabajo. Tus dientes, tu olor corporal y ese traje apestoso te han quitado tantos puntos que no has llegado al mínimo, hay que ser gilipollas.

Tres detalles, tres cagadas. Lo dicho, unos inconscientes.

La palabra oportunidad lleva implícita la fortuna, la fortuna de encontrar dicha ocasión. También quiere decir caduco, finito, temporal. El Carpe Diem es máximo cuando hablamos de oportunidades y todo momento es bueno para sonreír a una chica y decirle lo guapa que es y lo mucho que disfrutarías tomando una cerveza con ella.

No fue mi caso.

Yo llevaba, como hemos comentado, una camisa elegante y logré disimular el botón de menos hasta mediodía. En casa, durante la hora de la comida, arreglé el botón de la camisa –gracias mamá–, elegí otra corbata, otra tan elegante como la primera, y saqué los calcetines caros. Había tenido una mañana alocada, todo el tiempo preocupado por no asomar el ombligo, por disimular la mancha de la corbata y por el estado de mi dedo gordo, y decidí darme una ducha rápida, una ducha revitalizante que cambiará el rumbo del día y me sentó muy bien. Estaba perfecto.

Tenía una conferencia al final de la jornada. Un tipo iba a hablar sobre su libro y el tema me interesaba.

No imagináis lo que me pasó allí, en aquella conferencia. Me enamoré. Y tengo pruebas:



Así es señores, me enamoré en un abrir y cerrar de ojos, como si de una aparición se tratara, me quedé perplejo admirando tan elegante postura. Estaba entrando en el auditorio donde se celebraba el acto y ella era quien atendía a los invitados facilitándoles un asiento libre y apuntando su nombre en una lista de asistentes.

Me enamoré mientras observaba cómo atendía a un matrimonio de avanzada edad. Sonará a topicazo pero la dulzura con la que lo hizo me cautivó. Esa sonrisa, esas manos, esos labios... Ella me sonrió con timidez, como si no debiera hacerlo pues estaba trabajando, y decidí acercarme ya que había arreglado la camisa y me había cambiado de corbata y de calcetines. Todo correcto.

–Hola, me llamo Nuwanda. ¿Es la primera vez que vienes, verdad?
–Sí. Me llamo Angela.
–Encantado Angela.
–Igualmente.
–¿Quieres que te traiga algo de la cafetería? ¿Una Coca-Cola?
–No que va, gracias.
–¿Seguro? ¿Normal o Light?
–No tomo nada light. Soy de Coca-Cola normal, de hamburguesa con bacon y queso y pizza dos veces por semana.
–Ufff... Como debe ser. No lo repitas otra vez porque me estoy enamorando.
–Qué tonto.
–La verdad es que bastante más de lo que aparento. Nos vemos luego, quizá te traiga algo.
–[Risas angelicales] Vale.

Un par de paseos por la zona, miradas furtivas incluidas, fueron suficientes para desatar al romeo que llevo dentro. De repente, una pregunta y su respuesta más probable dinamitan mis esperanzas y entierran mis ilusiones ¿Tendrá novio? "Seguro que sí" me dije, pero prefería no saberlo, o sí. No estaba seguro de lo que quería hacer, saber o decir.



Llevaba la camisa correcta, la corbata correcta y los calcetines correctos. Estaba confiado, lo conseguiría. Había que sonreír y hacer una pregunta que me diera la máxima información con la mínima exposición. Tenía que saber si había algún hombre en su vida. Hubo que improvisar y, como con la ropa, la cagué. Bueno, cagarla tampoco. Más bien, salió mal pese a la camisa, la corbata y los calcetines.

–¿Hay alguien que me partiera la cara si te invito a una cerveza cuando salgas de trabajar?
–Casi seguro que mi novio.
–Suponía. Bueno, por el momento te invito a una Coca-Cola normal, con todo el azúcar que una buena Coca-Cola debería tener, como siempre debe ser. Espero verte otro día por aquí Angela, ha sido un verdadero placer conocerte.

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