Suelo ir a casa de mis padres los domingos. Aparezco por allí sobre las 11, hora perfecta para el segundo café del día, posterior aperitivo y comida en familia. Normalmente no me paseo por la casa en busca de cambios pues de semana en semana tampoco da tiempo a mucho. Una gotera por aquí, un mueble nuevo por allá y el mismo desorden de siempre, todo correcto.
Esta semana, sin embargo, he decidido pasearme por toda la vivienda y durante la visita a la que antaño fue mi habitación, abrí la ventana y me encendí un cigarro, como hacía cuando era adolescente y no tan adolescente pues, a pesar de mi vicio, siempre preferí que mi cuarto no oliera a tabaco. Contradictorio, lo sé, llaménme raro. El caso es que según incrementaba mis probabilidades de pillar un cáncer de pulmón observé que, como en casa de mis padres, algunas cosas habían cambiado en el paisaje que desde mi atalaya divisaba.
Escuché cómo se abrían las puertas del garaje y el sonido inconfundible de un cochazo a menos de 10 kilómetros por hora llamó mi atención. El vecino forrado del 1º había cambiado su antiguo Audi A8 plateado por algo más llamativo. En tono verde botella -precioso- y con una tapicería marrón oscura que pude ver a través del panorámico techo solar, el recién estrenado Audi R8 hizo vibrar todos los premios que decoran las paredes de mis antiguos aposentos y que mi admirado padre ha obtenido a lo largo de toda su vida. Por si la envidia no te corroe con esto, debes saber que su mujer siempre ha sido muy atractiva.
Reflexioné sobre la degradación de la naturaleza como consecuencia del cambio climático, ese tema tan manido, a raíz de la sequedad de las enredaderas que crecen en el muro que separa la urbanización de mis padres del chalet del vecino. Cada año hay menos. Recuerdo que cuando nos mudamos, hace ya muchos años, la pared era totalmente verde y en ella habitaban pequeños pájaros, lagartijas y otros seres vivos. Era una enredadera frondosa y fuerte que ha ido muriendo poco a poco hasta destacar más por sus calvas que por su frondosidad. Además, las flores de la vecina de abajo fueron una prueba más en favor del vilipendiado Al Gore pues han fallecido todas cuando normalmente llaman la atención por sus vivos colores y su perenne floración. El mundo no se acabó en 2012 pero veremos cuanto aguanta.
Divisé lencería femenina en el horizonte, no se me escapa una. Se trataba de lencería fina en tonos pastel y negro propiedad de mi vecina, la cachonda del piso de arriba. Busqué conjuntos completos pero apenas pude asociar un par de sujetadores con sus respectivas bragas -horrible palabra sin sinónimo elegante-. Es de las que utiliza dos piezas y me encanta. Ví tonos azul claro, perfecto para su rubia melena, beige, rosa palo y algún blanco que otro, todos ellos de encaje, atrevidos, perfectos. Combina braguitas con encaje con tangas de lo más variado. Ví también ropa interior de corte deportivo, sigue haciendo ejercicio para sorprenderme cada verano...
Observé que la comunidad de vecinos del barrio había aumentado bastante, principalmente por la inmigración ya que en España, si follamos, lo hacemos siempre con condón. A las cifras me remito. El caso es que pude ver la procesión de una familia gitana completa. En primer lugar pasaron los más pequeños y a continuación las generaciones anteriores, controlando a la familia. La cofradía llevaba unos 590 nazarenos, dos bandas de música, tres pasos con 60 costaleros cada uno, un equipo de seguridad de 60 personas armadas y tardó más o menos 25 minutos en pasar.
Es curioso la de cosas que uno puede ver mirando durante unos minutos por la ventana. Parece una tontería pero os aseguro que ha sido divertido y productivo. Hay que pararse cinco minutos más a menudo...
Es curioso la de cosas que uno puede ver mirando durante unos minutos por la ventana. Parece una tontería pero os aseguro que ha sido divertido y productivo. Hay que pararse cinco minutos más a menudo...
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