Resultó no ser Pocahontas

By Nuwanda


Dice Laura Ferrero en este artículo que es bueno tomar distancia de las cosas, hacer zoom, para ver el sentido de las mismas. Y cuánta razón tiene (la tiene muy habitualmente en cada cosa que escribe). A veces el curso nos consume. Unos años más y otros menos. Trabajar durante 11 meses seguidos con algún día que otro para despejarse, puede sentar mal a muchas personas. El estrés de la responsabilidad, la humildad para aceptar lo que hemos hecho mal y el coraje de enfrentarnos a nuevos retos son fenómenos que no dejan indiferente ni el cuerpo ni la mente. Y como si de un ordenador se tratara, por muy bien que funcione todos los días, siempre hay un momento en el que hay que reiniciar por la fuerza.

Como dice mi bio de Twitter, en general me opongo y oponerse cuesta mucho esfuerzo. Lo normal es tener que discutir, algo de lo que disfruto desde que tengo uso de razón, e incluso antes de eso según los testimonios de mis progenitores. Supone esfuerzos, sí, pero no es difícil en la mayoría de los casos ya que ni siquiera hace falta tener razón, con ganas de tocar las pelotas es más que suficiente. Sin embargó, sí hay una situación a la que ni con todas mis dotes para el debate sería capaz de sobrevivir: discutir conmigo mismo.

En el verano de 2014 andaba yo un poco agobiado: el trabajo que tenía no me terminaba de convencer, mi camino se alejaba de mi soñado destino. No es que no me gustara, es que pensaba que había nacido para otra cosa y la discusión estaba hecha. ¿Me voy o no me voy? ¿Hago esto o lo otro?También pensaba que la mujer de mi vida sería una morenaza desenfadada, un poco hippie, a ser posible más joven que yo, que odiara mi trabajo y yo el suyo, que le gustara la misma música, que fuera incontrolable y otras tantas cosas.

Hace pocos meses, a principios de año, hice zoom sobre mi vida profesional y, como anticipaba Laura en su artículo, todo cobró sentido. De un día para otro vi claro que no estaba en mi camino y que tenía que buscar otro. Y, sin niebla ni árboles, lo encontré al instante. Y lo aposté todo. TODO. Y gané. Disfrutar del premio en soledad es una mierda. De nada sirve el éxito –o la suerte– si no se comparte. Por ello, pensé que podía ser una buena idea hacer lo mismo –tomar distancia– en mi vida personal y así hice. Y no me equivoqué, había que alejarse un poco, aunque mis estimaciones sí lo hicieron: resultó no ser Pocahontas.

Lo vi todo más claro, mucho más claro: te vi a ti, solo a ti.

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