Tres nudos, tres deseos



Cuatro de la mañana. De buenos días nada.

Sabe que tiene prisa pero no recuerda muy bien porqué. Sabe que tiene que ducharse y cambiarse y que no tiene tiempo que perder pero por más que lo intenta sigue sin recordar porqué. No le cuesta agobiarse. No está seguro de si ya es demasiado tarde o si corriendo como una gacela logrará llegar donde-quiera-que-tenga-que-estar en último minuto y recibiendo el aplauso de los asistentes como si de un campeón de maratón se tratara, incluso con gente de pie. "Déjate de gilipolleces" se dice. "Además, ¿qué asistentes van a ir a ningún sitio a las putas cuatro y media de la mañana?"

Recordatorio del iPhone. Sólo los usa cuando es realmente importante así que sabe de antemano que es realmente importante y sale de la ducha totalmente empapado sin la sujeción adecuada, sin la alfombra de rigor, sin toallas que protejan de las barras propias de las toallas de mano.

"Ir a buscar a María. Ya llegas tarde imbécil."


Y vuelta a la ducha.

Coge lo primero que pilla, concretamente una camisa de su hermano –96 kilos de peso–, unos calzoncillos que bien podrían ser de su abuelo, unos calcetines con tomates y los únicos pantalones de todo el armario que tienen la cremallera rota. Pasa de cambiarse, tiene que llegar, es importante. Ha preparado una sorpresa...

Sube al coche a toda prisa. Las calles están vacías y recorta minutos a sus previsiones. Aparca en el primer sitio que puede y sale corriendo, ramo de flores en mano –uno discreto–, a buscar la salida del vuelo de María. Está más alterado que pocos minutos atrás. Tiene ganas de verla y se le nota, ha sido mucho el tiempo separados...

–¡Bienvenida!
–Holaaaaa mi amor–dice entre llantos mientras se abraza con fuerza.
–¡Qué ganas tenía de verte! 
[...] 
–Y yo a ti mi amor. Te he echado mucho de menos, me he pasado todo el vuelo pensando en este momento... Quería estar contigo, llevo días sin pensar en otra cosa –dice apretándole contra ella.
–Tranquila mi amor, tenemos todo el tiempo del mundo y para empezar bien, he preparado una sorpresa.
–¿Una sorpresa?
–Sí
–¿Cómo de grande?
–¡Vas a flipar!
Suben al coche con ganas de llegar. Ella está deseando saber qué sorpresas le esperan al llegar a casa y a la vez está deseando meterse en la cama pues lleva más de 24 horas sin dormir.

Llegan a casa y él no permite que ella entre en el dormitorio, van directos al salón...

– Querrás ducharte ¿verdad?
–Tú quieres que me duche.
–También pero descansarás más y mejor si lo haces y lo sabes.
–Que ya voy pesado, se nota que me has echado de menos –dice orgullosa contenta y cariñosa.
–Vamos que soy un coñazo –replica en tono sarcástico.
–Coñazo no, intenso. Pero no te lo tomes a mal, me encanta y me encantará aún más tras diez o catorce horas de sueño.
–Lo suponía aunque he calculado dieciséis horas.
–[Risas] Puede ser, ya me conoces... voy a la ducha.

Y él se pone a trabajar.



Al salir del baño, él grita desde el dormitorio. Ella se queda parada en la puerta del cuarto, boquiabierta. Le mira emocionada y sorprendida, no esperaba algo así. ¡Todo estaba recién hecho! Fruta preparada de todo tipo, varios fiambres cuidadosamente presentados con cuatro o cinco variedades de pan pero con mucha chapata, su favorita. Había una pequeña cesta llena de pequeños botes de mermelada con el tapón a cuadros rojos y blancos y raciones individuales de mantequilla y aceite, una pequeña salsera con tomate preparado para las tostadas y tres tipo de zumos diferentes sin incluir el de naranja. No faltaba nada.

–Pero... ¿A qué hora te has levantado?
–No sé... parte estaba preparado y otra parte ha sido hoy a primera hora ¿te gusta?
–Me encantaaa... –dice emocionada. 
[...] 
–Me alegro... La ducha bien ¿no? Ahora a comer, estarás muerta de hambre...
–¿Has preparado...
–Sí, ahí lo tienes. Suave, como a ti te gusta. Y ahí tienes jamón del bueno. Y el zumo de naranja lo he hecho mientras te duchabas, como las tostadas. Y sí, está colado.
–Te quieroo –grita tirándose al cuello.

Allí, en la cama llena de platos y tras derramar una taza de café sobre la bandeja, ella echa el freno de mano a la situación.

–Yo también te he traído algo –un poco en tono "¿¡Cómo están ustedes?!"
–¿Ah sí?
–¡Sí!
–Y ¿qué es?
–Te vas a reír pero me da igual.
–No sé por qué iba a reírme.
–Te he traído una pulsera, una pulsera especial, una pulsera que concede tres des... ¡No te rías imbécil! Eres gilipollas –protesta golpeando en el omoplato con la mano abierta.
–Perdón, apenas he sonreído.
–Bueno, venga va... ¿En qué brazo la quieres? –pregunta ilusionada, infantil.
–En el derecho.
–Vale. Ya está. Ahora tienes que pedir tres deseos mientras te hago tres nudos.
–¿Tengo que decirlos en alto?
–Noooo... Eso es un secreto.
–Vale, te aviso cuando lo tenga.
–Venga 
[...] 
–Ya.
–El segundo. 
[...] 
–Ya. Y... mmmm...
[...] 
–Y ya.
–Perfecto, pues ya está. Tus deseos se cumplirán antes de que la pulsera se te caiga o se te rompa, pero no te la quites, no la cortes.
–De acuerdo. Entendido. No cortar pulsera. ¿De acuerdo? ¿Comemos ya? 
 [...]
–mmmm... –declara ella pensativa, con un dedo en la boca y sin mover un solo músculo.
[...] 
–¿Qué has pedido? –pregunta tímida y esperanzada.

*** Años después ***

La pereza se apodera de su mente y su cuerpo sin dejar espacio para mucho más pero había quedado con una chica, algo que no sucedía desde hacía, aproximadamente, tres meses y no podía dejar pasar la ocasión. La adrenalina fue en aumento pues la chica era conocida y las posibilidades de no dormir eran, en la práctica, del 95%.

Se arregló como nunca. El afeitado era perfecto y el afte-shave hizo su efecto y suavizó e hidrató la piel, dejándola tersa y suave. Se arregló los que vulgarmente se denominan los bajos, en los que perfectamente podría habitar una tribu de pigmeos sin que se hubiera dado cuenta siquiera. Se cortó las uñas cuidadosamente, limando la posibles puntas, esas que te dejan una marca cuando te rascas en la cara o en el brazo. Tuvo la suerte de que la colonia cara no se había gastado, de que aún quedaban unas gotas para una última batalla, aquella batalla.

De su indumentaria, sólo los pantalones habían sido usados anteriormente, iba de estreno. Camisa molona, pantalón molón, zapatos molones. Iba bien vestido pero sin caer en lo pijo, podía acabar en Malasaña a cervezas o en Velázquez a gin tonics, cualquier plan era válido, el tema era estar con ella donde ella quisiera.

Ella está muy guapa y él sorprendido al verla pues no la recordaba tan espectacular. Esos pantalones negros pegados, o leggins, qué va a saber un hombre, le vuelven loco. Ella parece querer guerra y él lleva buscando un enemigo, en estado de máxima alerta, desde hace, aproximadamente, tres meses.

–Hola Bea ¡Qué alegría verte!
–Hola Dani, la verdad es que ha pasado mucho tiempo.
–No me he olvidado de la última vez...
–[Risas] Empiezas fuerte ¿eh?
–Que va...
–Malooo.... –dice ella cogiéndole cariñosamente de la mandíbula y negándole un beso.

La situación pasa de 0 a 100 en cuestión de segundos.


–Qué dices, si contigo me porto fenomenal ¿no tendrás queja?
–No, no. Yo estoy encantada...
–Se nota.
–[Risas] ...la verdad es que estás muy bien educadito.
–Qué vacilona eres. No te va a durar mucho.
–¿Tú crees?
–Puess...
–¿En serio?
–...yo...
–No me creo que vayas a decir lo que creo que vas a decir.
–¡Sé que te encanto!
–¡Y yo a ti!
–Es posible. Quizá por eso nos lo pasemos tan bien juntos pero te tengo ganada desde aquella. 
–Quizá, aunque que no se te suba mucho a la cabeza porque tengo cola ¿eh?
–Ni uno como yo.
–¿Qué te hace pensar eso?
–Pues que si tienes 48 horas para estar en una ciudad y destinas casi 24 a estar con un chico con el que ocasionalmente te acuestas es porque debe gustarte más que los 50 que puedas tener en tu sala de espera particular.
–Quizá seas el tercer plato.
–O el quinto, pero lo dudo. Demasiada antelación. Demasiado guapa –en tono pícaro–. Y ese sujetador... –dice señalando con la mirada el tirante que asoma bajo la camiseta y acercando la mano hacia el hombro.
–Interesante teoría –dice un poco sorprendida y un poco excitada.
–Si no te convence añado que si destinas el 50% de tu tiempo en Madrid a tu tercer plato es que eres gilipollas, y yo no me acuesto con animales –dice en voz baja pero en tono autoritario mientras acaricia la parte trasera del brazo con el exterior de los dedos índice y corazón.
–Qué tonto eres.
–Bastante la verdad pero... –dice mientras se acerca a su oreja y susurra– ...noto que estás deseando volver a acostarte conmigo, princesa. 
[...] 
–¿Qué quieres pedir?

Como en todo bar de pinchos, sin "tx" porque no son los de verdad, piden una ensalada de tomate para picar y un par de tostas cada uno. Una de salmón con no-sé-qué, dos de solomillos con cebolla caramelizada y queso brie y otra de pulpo con puré de patatas. Botella de vino para enjuagar y botellita de agua para digerir.

Cuando él se presta a devorar su solomillo observa un hilo verde en el borde del plato, es la pulsera, aquella pulsera.

–Vaya...
–¿Se te ha caído?
–Sí y no esperaba que sucediera... no tan pronto quiero decir.
–¿Significa mucho?
–Bastante.
–¿Estás bien?
–Sí, sí... Es que son muchos recuerdos en un momento. Es curioso cómo cambia la vida...
–¿Por qué dices eso?
–Pues porque un día pedí tres deseos mientras me ataba esta pulsera, tres nudos tres deseos. Y se supone que deberían haberse cumplido todos antes de que se cayera.
–¿Y cuántos se han cumplido?
–Ninguno.
–Y ¿aún son posibles?
–Teóricamente sí. En la práctica... lo veo difícil...

No podía pensar en otra cosa. Él estaba absorto ante los hechos y pocos minutos después ella se enfadó, no lo entendió, le molestó y se piró. No volvió nunca por allí, nunca volvió a llamar ni jamás envió ningún mensaje, ni siquiera una puta foto de Facebook. Desapareció, como por arte de magia, como la pulsera y él se fue a casa, tranquilito.



No dejó de pensar en otra cosa durante días, no podía. Aquel acontecimiento le había marcado, le hacía pensar. Lo que hace años eran las grandes metas de su vida, hoy son un mero recuerdo necesitado de la obsolescencia de las pulseras mágicas para reavivarse. "Cómo pasa el tiempo", se pregunta.

Ha decidido comprar otra pulsera y la ha colgado en frente de su ordenador, en un sitio bien visible, donde no pueda desaparecer, donde pueda reposar, esperar.

Tres nudos, tres deseos.

–¿Y qué coño pido? –se pregunta.



5 comentarios:

  1. Qué bueno! Me ha gustado mucho

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  2. Me encanta! Yo llevo una pulsera de esas y todavía no se me ha caído...

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    1. Muchas gracias!

      Espero que no se te caiga antes de tiempo y que no hayas cambiado de deseos, algo frecuente si llevas con ella mucho tiempo.

      Besos/Abrazos

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  3. Este es uno de esos post con los que se me ha hecho nudo al leerlo. ¡Enhorabuena!

    @dulcesgemidos

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