Habitación 125



Estaba en el vagón de la cafetería. Pedí un sandwich mixto y un refresco y cogí el manido y casposo Marca. Me instalé en una de esas mesas que están pegadas a las ventanas y me quedé absorto mirando el horizonte mientras preparaban mi menú. Abrí el Marca. "El Barca sigue intratable". Volví al horizonte. "Vaya toligo eres" me dije. "Leyendo el marca, comiendo un puto sandwich y sin ningún otro plan por delante que trabajar y perder el tiempo en el hotel" me reproché. "Vaya toligo eres" me repetí. Fui duro conmigo mismo, lo sé, pero en aquél momento lo merecía. No siempre tenemos la suerte de que alguien nos diga: hazlo.

Recordé a un bloguero que sigo que propone cambiar la actitud hacia la vida, un payaso llamado Nuwanda que tiene pinta de ser un pajillero pero que de vez en cuando me da para escribir un tuit interesante, y decidí actuar en consecuencia. "Hay que emborracharse", eso fijo. "Hay que hacerlo fuera del hotel", seguro, también. "¿Amigos?", uffff... "Un poco pereza". Por casualidad recordé que tenía una amiga en la ciudad y tuve la misma sensación que cuando pillas 13 aciertos en la Quiniela. Decides mandarle un mensaje de tanteo. Un "Hola ¿qué tal todo?" con un par de frases  más y que incluya la expresión "estoy de camino a tu ciudad". All in. Ella responde y sube la apuesta, quiere quedar –14 aciertos–. El tema se pone interesante.



Trabajé toda la tarde o eso intenté aparentar porque realmente no dejé de pensar en mi próxima cita. "Cena romántica, un par de copas y... ¿qué?" me preguntaba sin parar. "Ya puedes pensar en algo, toligo". "Que eres un toligo". Y sin ni siquiera haberme planteado otra pregunta ni haber dejado de castigarme por mi triste incapacidad para seducir a una mujer, llegó la hora de cambiarse. Mi pequeña maleta se convirtió en el ropero de David Beckham. Nunca pensé que tan poca ropa podría generar tantas combinaciones. No sabía qué ponerme. No sabía dónde iba a ir. No había sacado pasta. No sabía cómo sería ella. ¡Qué follón!

Miré mi recién estrenada habitación doble con cama king size, luz regulable, bañera de hidromasaje, dos tipos de almohadas, altavoces para iPod y minibar y, claro, mis expectativas se multiplicaron. Me miré en el espejo y desaparecieron. Miré la cama. Miré el espejo. Miré la cama. Miré el espejo. En un ataque de optimismo, coloqué los condones –porque un hombre de bien soltero siempre los lleva– estratégicamente en la mesilla. Un poco de colonia pero sin pasarse. Un vistazo al baño, todo bien. Me miré en el espejo. Miré la cama. Me miré en el espejo. Miré la cama. Listo. Al lío...

[Horas después]



La señora de la limpieza abrió la puerta de la habitación. Debí olvidar meter la llave en la ranura de la electricidad y pensó que no habría nadie. "Disculpe señor, creíamos que estaba vacía. Volvemos en otro momento" me dijo sorprendida y vergonzosa mientras se daba la vuelta y salía del cuarto. No quiero pensar en la imagen que se llevó aquella señora. Por mi parte, ni rastro de pijama, ni rastro de calzoncillos, todo natural.

[Tiempo indefinido después]



Abrí los ojos. Cerré los ojos. Abrí los ojos de nuevo y busqué alguna de las dos almohadas, no estaban. "¿Estarán cerca de los calzoncillos?" me pregunté. Me puse la que fui capaz de encontrar sobre la cabeza pero ni con ella ni con las gruesas cortinas de los hoteles logré mantener la oscuridad necesaria seguir durmiendo. "¿Quién me está castigando?" pensé. Cuando, más o menos, recobré el sentido, tiempo después, lo primero que sentí fue un ejército de hormigas subiendo por mis piernas, hormigas carnívoras y hambrientas. Tras una breve comprobación, decidí que eran agujetas. Recordaba haber bailado como un loco una canción que vi en el blog del pajillero, la de Bruno Mars...

"Cause your sex takes me to paradise / Yeah your sex takes me to paradise / And it shows, yeah, yeah, yeah" canté con la poca "voz" que pudiera tener, es la parte que se me quedó grabada de aquella noche.

Me dolía la cabeza, mucho. Tanto que tuve la sensación de que eran las diez de la mañana cuando en realidad eran las dos de la tarde. Estaba jodido, muy jodido, pero contento. Cerré los ojos de nuevo y busqué el móvil palpando con más aleatoriedad que probabilidades de éxito. Lo encontré.

Tenía un mensaje suyo. "Ha sido una noche increíble. Me lo he pasado genial. Quiero volver a verte. Espero que hayas descansado". Mal o bien, lo leí cuatro veces. "¿Existe una mejor forma de despertarse que leyendo semejante mensaje?" Me quedé durante unos segundos con la cara metida en la almohada disfrutando del momento, saboreando el éxito.

"Dios, éste momento debería durar más" pensé, pero no.

Sin mover la cabeza de la almohada, saqué una pierna de la cama. Me destapé moviendo exclusivamente las piernas y me puse mirando hacia el techo. Adopté la posición del Hombre de Vitruvio y me estiré lenta pero intensamente a la vez que mi cuerpo intetaba crecer unos centímetros más a base de tirones. Y sonreía, sonreía con esa cara de tonto que se nos pone cuando hemos triunfado con alguien que merece la pena... Y decidí levantarme.

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